Tate Gallery, 1999, para los premios Turner

Una pelí­cula de una hora en la que la artista entrevista a su alterego, bautizada como Tracey la Guarra.

TraceyEmin: «¿Por qué te crees tan especial?»
Tracey la Guarra: «Nunca he dicho que lo fuera.
Soy una alcohólica, neurótica, psicótica, una quejiga
obsesionada conmigo misma, pero soy una artista».

TraceyEmin: «¿Por qué eres tan degenerada?
Eres una viciosa, estás cubierta de herpes y Dios sabe de qué más.
¿Es que no te has visto?»

Tracey la Guarra: «No creo que sea buena, pero si otras personas
se cuestionaran a sí­ mismas seguramente pensarían lo mismo»

No sabemos si la que amenaza con abandonar Gran Bretaña por los elevados impuestos que tiene que pagar es la Guarra o la Emin. La cuestión es que Saatchi ha intervenido en el cambio radical del mercado del arte, obviamente, desde el sector privado, pero, el mar por el que hace su progreso este auténtico tiburón de las finanzas es uno cuya sal, o dinero, es público. Las Traceys, la Guarra y la Emin, se forran a base de compras, sobre todo, del sector público. La reputación de la muchacha, o de las muchachas y sus balances bancarios -que deben quitar el hipo- se han cementado a base de colecciones públicas. Pero a la chica no le parecen bien los impuestos a pagar, a Lola Flores tampoco le parecían bien, y a tantas otras tonadilleras de postí­n, y aquí­ todos tan panchos. Quizá las dos Traceys, la fina y l amenos fina, se preguntarán: ¿Y para que valen todos nuestros impuestos? ¿Qué hacen con ellos? ¿Por qué nosotras, que somos tan guapas y tan artistas, tenemos que pagar como todos los demás?. Y quizá yo me ande contradiciendo, en parte, por que esto de dibujar la idea del artista moderno y sus paradojas y sus incoherencias, y sus insondables getones, y lo que les ha costado hacer pagar sus getas a precio de oro, y la necesidad de sus figureos y gamberradas, o la no necesidad ni de ellos ni del arte, ni de nada de nada, es, precisamente, lo que ando yo indagando y por allá y por acá preguntando.

Pero, la verdad, la Guarra tiene su aquel. ¿qué no?



Tate Gallery, 1999, para los premios Turner

Una pelí­cula de una hora en la que la artista entrevista a su alter ego, bautizada como Tracey la Guarra.

Tracey Emin: «¿Por qué te crees tan especial?»
Tracey la Guarra: «Nunca he dicho que lo fuera.
Soy una alcohólica, neurótica, psicótica, una quejiga
obsesionada conmigo misma, pero soy una artista».

Tracey Emin: «¿Por qué eres tan degenerada?
Eres una viciosa, estás cubierta de herpes y Dios sabe de qué más.
¿Es que no te has visto?»

Tracey la Guarra: «No creo que sea buena, pero si otras personas
se cuestionaran a sí­ mismas seguramente pensarían lo mismo»

No sabemos si la que amenaza con abandonar Gran Bretaña por los elevados impuestos que tiene que pagar es la Guarra o la Emin. La cuestión es que Saatchi ha intervenido en el cambio radical del mercado del arte, obviamente, desde el sector privado, pero, el mar por el que hace su progreso este auténtico tiburón de las finanzas es uno cuya sal, o dinero, es público. Las Traceys, la Guarra y la Emin, se forran a base de compras, sobre todo, del sector público. La reputación de la muchacha, o de las muchachas y sus balances bancarios -que deben quitar el hipo- se han cementado a base de colecciones públicas. Pero a la chica no le parecen bien los impuestos a pagar, a Lola Flores tampoco le parecían bien, y a tantas otras tonadilleras de postí­n, y aquí­ todos tan panchos. Quizá las dos Traceys, la fina y l amenos fina, se preguntarán: ¿Y para que valen todos nuestros impuestos? ¿Qué hacen con ellos? ¿Por qué nosotras, que somos tan guapas y tan artistas, tenemos que pagar como todos los demás?. Y quizá yo me ande contradiciendo, en parte, por que esto de dibujar la idea del artista moderno y sus paradojas y sus incoherencias, y sus insondables getones, y lo que les ha costado hacer pagar sus getas a precio de oro, y la necesidad de sus figureos y gamberradas, o la no necesidad ni de ellos ni del arte, ni de nada de nada, es, precisamente, lo que ando yo indagando y por allá y por acá preguntando.

Pero, la verdad, la Guarra tiene su aquel. ¿qué no?