Modelo 1:

  • “Notas sobre el camp” Susan Sontag asocia el esteticismo homosexual con lo “inconfundiblemente moderno”, y proyecta, “ver el mundo como un fenómeno estático”, ésto es, “en términos de artificio y estilización”
  • Bergman, David, ed. Camp Grounds: Style and Homosexuality. University of Massachusetts Press
  • Bergman. “Strategic Camp: The Art of Gay Rhetoric.”
  • Ross, Andrew. “Uses of Camp.” In Bergman, Camp Grounds

Ambos, Bergman y Ross, ven el trabajo de Sontag como “seminal”, porque el esteticismo homosexual persiste como un motivo central de la “¿masculinidad gay?”.

De hecho Elisa Glick sigue, y explica, la moda contemporánea de la construcción corporal de gimnasio, o renovado esteticismo gay, por lo que Andrew Holleran dice de los homosexuales, quienes “son su aspecto … son su cuerpo”, y que, continua, representa la nueva cara de un esteticismo homosexual que demuestra la relevancia de lo estático para los gays, hombres, en la formación de su subjetividad. Para estar segura, Elisa, de trabajar este modelo del cultivo de los superficial, no encuentra otro camino, o modelo, que el “famoso dandy y la corporeización del estilo por encima, siempre, de la sustancia”. Y continua, como Michael Bronski apunta, “el dandysmo era un ejercicio de perfeccionamiento del aspecto exterior”, y como resultado, el dandy para Bronski es “tan sólo estilo y nada de contenido”. Esta lectura concibe a la identidad gay en términos, solamente, de artificio, esteticismo, comodificación, fetichismo, y estilo. Asociado a la “feminización” de la cultura contemporánea, el dandy viene a representar, siempre para Elisa claro, una suerte de “retiro” de la política y de la historia hacia un terreno de “arte y cultura de la mercancí­a”

Modelo 2:

  • El dandysmo como una rebelión política.
  • Rita Felski: The Gender of Modernity. Cambridge: Harvard University Press. 1995.
  • Alan Sinfield: The Wilde Century: Effeminacy, Oscar Wilde, and the Queer Moment. New Cork: Columbia University Press. 1995.

Ellen Moers, en The dandy: from Brummell to Beerbohm, apunta que no será hasta finales del siglo XIX que se popularizará la visión de Baudelaire o de Barbey d’Aurevilly, quienes reelaborarán el dandysmo para equipararlo al intelectual quien se ejercitará en una pose anti-burguesa en el ejercicio permanente de cierta rebelión metafá­sica. Esta reelaborada noción del dandysmo como protesta contra el capitalismo industrial se ha erigido en el fundamento de los estudios gay/lésbicos, quienes toman el estereotipado dandy aristocrático, siempre, según Elisa insistimos, hombre-gay, del cambio de siglo,como su modelo. Además han fundamentado los estudios de teorí­a queer que han desarrollado el discurso de las “políticas de estilo”. Críticos como Jonathan Dollimore (sexual Dissidence: Augustine to wilde, Freu­d to Foucault, Oxford 1991), han extendido la noción baudelariana, o modelo, al estilo gay, sin por ello verlo como un abandono de la política, sino como un lugar, precisamente, de implicación política. Por ejemplo Dollimore ve la estática de la “disidencia” y las prácticas culturales como los tempranos cross-dressings, la “estética transgresora” de Oscar Wilde y la sensibilidad camp de la cultura postmoderna gay, como “subversiva” porque funciona como “un estilo e incluso como una política” de resistencia. En este paradigma el dandysmo se convierte en una instancia de lo que d’Aurevilly llama “la revuelta del individuo contra el orden establecido”, una revuelta contra las normas heterosexuales, el materialismo, la industrialización, y el utilitarismo.

Posicionan al individuo “queer” en los dos polos, opuestos, como emblema de lo moderno, los1, y como una posible revuelta frente a la sociedad moderna, los2. El primero celebra la mercancí­a, el segundo se revela frente a la comodificación de la vida, contra la razón instrumental y contra la producción capitalista. Y hasta aquí­ todo correcto, ahora bien, con buenas intenciones, pues Glick quiere unir los dos modelos en uno sólo, el camino no nos parece tan bien intencionado, pues parte de la base de que la identidad “gay”, equiparada al dandysmo así­ tan frescamente, entiende las contradicciones del capitalismo mismo, y emplea para hablar de estas contradicciones y de su reflejo en el “dandy gay, o gay dandy”, el Retrato de Dorian Gray.

Justifica su fijación con la identidad gay aludiendo al juicio de Wilde, tras el cual, asevera, como han aseverado Alan Sinfield y Ed Cohen (Talk on the Wilde Side: Toward a Genealogy of a Discourse on Male Sexualities. NY, 1993), el dandy “afeminado” se asociaba, directamente a la homosexualidad en la imaginación pública. Y termina “Mi estudio del dandysmo comienza en este momento, tras el cual se hizo IMPOSIBLE no pensar en el dandy como gay”.

Y bien, cómo se puede hablar de una postura intelectualizada de rebelde y reducirlo todo al lucimiento de palmito en la escena más cool del lugar. Cómo reducir la complejidad, y carácter escurridizo, del mismo dandysmo a una identidad fija y, dice, perfectamente cuantificable, medible, observable y catalogable. Cómo no mirar más allá y descubrir esta actitud de la modernidad, este trabajo con uno mismo y con la realidad cotidiana que los rodea, en un brillante Jarry, por ejemplo, o en un coherente Vachá, o en una belleza como Djuna Barnes, o en una explosiva Baronesa, o en muchos otros quienes con una superficie quizá no tan pulida construyeron una vida como una pieza de arte, o de resistencia. La verdad que hemos de ampliar las miras del mismo dandysmo más allá de la gomina y la bola de gimnasio, más allá de la identidad gay que la verdad, me parece tan castrante como aquellas gacelas a las que se referí­a uno que yo me sá. La identidad “gay” es una identidad tan escurridiza como la de la coliflor, o la caballa, la tortilla de guisantes o las mujeres que hacen macramé en sus ratos libres. Que maní­a con recuperar la matemática del conjunto y el subconjunto, que ya pasó la moda, ya pasó (¿o no?).