En torno a la subversión de los objetos. Problema del Alzheimer. Los cuchillos, la sal, la mermelada, el café, el azúcar y la sartén. Vivir sin lógica de tipo alguno. Localizar lo más necesario. Lo básico. Quizá no haya nada básico pero la descolocación de la cotidianidad se basa precisamente en lo más básico. Cocinar sin cuchillos y sin sal, encontrar el azúcar con los calcetines y la sartén en la lavadora. Eso si es surrealismo, aunque enervante más que poetizante. Salir de casa, una odisea. Salimos, espera, debo lijar la barandilla. Salimos, espera, habré de fregar, por décima vez, la terraza. Salimos espera, guardaré, una vez más, la mermelada con mis zapatos y la foto de mis hermanas la introduciré en el microondas. Salimos mamá, para que, ya es tarde. Y suma y sigue.
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Desayuno con mi madre. Persigo la mermelada y el café. El café con las sartenes, la mermelada con las bragas. Logro 2 minutos de paz. Recojo. Escribo. Me agoto. Intento cocinar sin cuchillos. Los busco. No está la sartén. La busco. Me enfrento al desmembramiento de lo más corriente. La vida transformada en una batalla por localizar lo que nunca está a desmano, la sal, el azúcar, la leche, el café, un cuchillo que corte, una sartén”¦ reducción de la vida al discernimiento entre el elixir y el champú, la colonia y la crema hidratante, la mantequilla y el jarabe, las pastillas y los melocotones. Al final que se logra, placidez. Te bañas, no me apetece, bajas, no me importa, un helado, me da igual, salimos, para qué.
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Y entonces la vida para el resto no será un hacer para justificar el mayor de los absurdos, ir a misa para justificar tu miedo, tener hijos para justificar tu soledad, lucirlos para justificar tu esfuerzo diario, tu buena acción, tu miseria en fin”¦ toda una vida amando para justificar una salida, imposible de antemano, de ti mismo. Regreso una y otra vez al centro.
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Diferencias entre Gracian Baltasar y la Rochefoucauld
Y entre Gracian y Faret