Desde el comienzo fue una extraña situación. Los TODO POR LA PRAXIS vení­an a los Estados Unidos. Fueron invitados. A un centro, una residencia para artistas que se llama HeadLands Center for the Arts. Está cerca de San Francisco, para muchos quizá en San Francisco. Pero ya no es la ciudad, porque hay un puente entre la ciudad y Sausalito, el lugar donde realmente está la residencia. El Golden Gate Bridge, imponente, majestuoso y rojo se erige entre la ciudad, su quehacer, sus idas y venidas y la residencia, un lugar sereno, en mitad de un parque natural en el que no llega ni tan siquiera la señal telefónica. En el que solo hay red si uno se acerca mucho a las oficinas.

HeadLands era un antiguo cuartel militar que fue construido a primeros del siglo XX y abandonado a mediados de ese mismo siglo. Tras muchos años de abandono en el año 86 decidieron, entre los que fueron convocados para tal decisión, gentes estas involucradas en el arte, convertirlo en un lugar para el arte. Un parón para que de allí­ surgieran, ya no tanto obras, sino procesos. Los de HeadLands Center for the Arts, que no Art Center, quieren que los seleccionados para las residencias-retiros arranquen procesos, y cuenten de que van esos mismos.

En HeadLands había de todo: una belleza sutil y ligera de Los Ángeles obsesionada con el equilibrio, una pintora que solo iba allí­ a pasar el día, una poeta experta en los problemas de la agricultura y la comida en el valle central, una pareja de origen británico que realizaban una pieza de cine experimental en torno al centro y sus vaivenes, otra pareja que construí­a casas para las ostras, para repoblar la entrada a la bahía de san francisco, otro afro americano clarinetista cuya obra plástica reivindicaba la historia afro americana en los Estados Unidos, un tipo de Taiwan que se las pasó reconciliándose con el nuevo paisaje y localizando materiales en los alrededores, otra de Nueva York que trabajaba emplastando fotografí­as de su ciudad, un escritor de origen indio que recuperaba el diario de viajes de sus padres. Y luego, luego estaban los Praxis, los Todo por la Praxis. Primero llego Jon, luego Diego Peris, luego Carlos.

Entre todos ellos estaba yo. Yo en esta ocasión no era nada, o casi nada porque yo tenía que documentar y seguir a mis informantes. Yo viaje en calidad de etnógrafa para descubrir que hace un artista de Madrid en otro contexto. En particular los praxis son, casualmente, contextuales, su obra solo tiene sentido en un marco concreto, en unas calles, con unas gentes, en unas comunidades que den el sentido final a su propuesta sea esta un dispositivo móvil, o un acto simbólico de visibilización, o una intervención en espacios autogestionados o un trabajo para generar colectividades. La paradoja pues estaba servida, ¿cómo lograr, desde el marco de retiro que supuestamente la creación contemporánea requiere, trabajar con un contexto que está más allá de un puente rojo?

Y yo, que de alma soy artista, enfrentada a ser una menos porque no era artista. Oh!, si tu no eres artista. ¿Hay un hilo de comprensión entre todos los que se auto declaran artistas?. ¿Es que ser artista le da a uno una mirada sobre el mundo diversa que solo se comunica en plenitud con otros tantos seres que también tienen ese artistizado don?. ¿O es solo una etiqueta para posicionarte en algún lugar de una tupida escenografía? ¿Qué sentido tiene, en tal contexto, ser o no ser artista?

Yo creo que un sentido básicamente utilitario. En el retiro de HeadLands hay unas normas muy estrictas, bueno no es la palabra, recurrentes más bien. Cada día se cena en comunidad y se friegan las cosas en comunidad. Si uno ha sido invitado o seleccionado para la residencia uno tiene derecho a cena, es parte del trato, y debe ayudar en la recogida, fregar los platos, secarlos, organizarlos. En HeadLands todo está muy estructurado. Es inmenso, cada artista dispone de una casa y de un estudio. Es un lugar perfecto para olvidarse de todo y contradictoriamente, todo el mundo se afana en sacar algo adelante.

Como poco o nada contextual se podía hacer por ahí en un principio hicimos, Jon praxis y yo, una suerte de mapeo rápido. Un acercamiento al contexto. Trabajar en el espacio público de los Estados Unidos es muy difí­cil porque casi todo está regulado. Todo es mapa. O casi todo por que hay huecos, hay olvidos hay “Espacios entre Lugares”. un término que surgió desde la obra del americano Gordon Matta Clark, FAKE STATE.

Gordon Matta Clark localizo los restos del mapeo de Nueva York, esos intersticios entre lo que es de propiedad privada y lo que no. Esos huecos raros que no entraron en mapa alguno. Son lugares libres de acción, lugares en lo que uno, un ciudadano cualquiera, puede hacer lo que le venga en gana, o dicho más apropiadamente, puede ejercer su ciudadaní­a. A veces me da la sensación que el arte no hace más que buscar eso, huecos para hacer lo que a uno le de la gana, ósea, ejercitarse en el noble arte de ser una persona completa.

A HeadLands al principio lo leí­ mal. Es un lugar un tanto inquietante pero en el que se genera un hueco. Una falla. Un espacio donde respirar y poder arrancar a pensar en algo, o a ser un ser humano completo. Un lugar en el que las necesidades básicas quedan cubiertas con cierta facilidad (aunque para mi machacona repetición) y luego queda un tiempo y un espacio. Un hueco, una suspensión en la que hacer otras cosas, cosas que no está claro ni tan siquiera que lleguen algún día a ser. ¿Lo útil tiene siempre que materializarse?, o al revés ¿sólo lo absolutamente inútil es completamente necesario?, que diría Oscar Wilde.

Los praxis son útiles y quieren hacer de su quehacer un acicate para arrancar procesos. Dimos una conferencia, en la Universidad de California La Merced, y la titulamos:

Open Source in Metropolitan Processes: Collaborative Urban Practices on the Re-appropriation of Unused Public Spaces

The right to the city is the right to change ourselves by changing the city more after our heart’s desire.
David Harvey, “The Right to the City”.

Y con esa cita de David Harvey arrancamos. Porque el derecho a la ciudad es nuestro derecho a decidir como queremos vivir. Y el arte, o la arquitectura de este tipo, la arquitectura de resistencia que la llama Miguel Mesa del Castillo, no es más que una apuesta para intentar localizar, entre todos, nuestro propio deseo de ciudad. Un tiempo muerto, en suspensión, un espacio entre lugares que nos permita una acción para nuestros propios fines. Creo que esta definición podría encajar en una de las posibles del arte. Ese hueco en el que indagar o inventar nuevos modos de relación para con nosotros mismos, para con los objetos que nos rodean para con las otras personas.

Cuando entrevistamos a John Bella, el fundador de un estudio de arquitectura de allá REBAR, nos dijo porque se llamaban REBAR. Las “BAR” son como la estructura de la ciudades, las barras que organizan todo lo demás. Y esas barras no se ven. Ellos quieren recuperar esa estructura y hacerla más acorde a deseos colectivos quieren RE-BAR . re estructurar, re organizar.. Pero, como todo el mundo sabe, esas barras no se ven, por lo tanto muchas de sus apuestas son “no vistas”. Son conversaciones, son encuentros, son experimentos.. No son objetos ni tiene porque serlo.

Muchas veces en nuestro campo sucede eso, que no se ve, que no se ve que ha pasado, ni que está sucediendo, que no se ve pero está pasando. Vivimos en una sociedad demasiado obsesionada con lo que se ve se pesa y se mide. Por los data o los big data.

Luego descubrimos que los REBAR habían organizado un simposio en torno a cuestiones de arquitectura de resistencia, el simposio lo llamaron:

Adaptative Metrópolis: User Generated Urbanism

En este encuentro que tuvo lugar en Berkeley se dieron cita muchos colectivos que andan haciendo cosas como los Praxis. re inventando la ciudad y activando procesos. Y al final del mismo se debatió en torno a la gran cuestión actual, ¿cómo se aúnan los dos extremos del segmento?, esto es, como se une la acción directa de estos nuevos colectivos o artistas o diseñadores o arquitectos, como se leen sus avances experimentales por la administración, como se adaptan a unos planes urbaní­sticos, como se organiza la burocracia para desarrollar a otra escala estos prototipos.

De algún modo hay una paradoja de partida, porque los lugares para la experimentación y el prototipado, el laboratorio, el juego, y la creación verdadera deben ser, al menos así­ lo creo yo, como esos falsos estados mattaclarescos, espacios, huecos, intersticios, grietas, lugares de posibilidad, trocitos de error permitido. entonces: ¿cómo aunar la necesaria libertad y el afán burocratizador? ¿cómo hacer para trazar un puente desde las acciones de base, grassroot o bottom-up y las polí­ticas estatales?

Me ha sorprendido, y aun sigue sorprendiendo lo afanados que están los americanos en estas cuestiones mientras siguen su cotidiano extra regulado, reglamentado, instruccionado, rigidizado.

Cuando llegué a Nueva York me encontré con otro simposio, primo hermano del anterior, esta vez en el PS1 del MOMA. Y esta vez se llamaba:

Uneven Growth: Tactical Urbanisms for Expanding Megacities Launch

E indagaba cosas parecidas. Ese puente, ese necesario y complicado puente. Estuve allí­. Asistí a la presentación. Los más megamedios para presentar proyectos de sostenibilidad en mega ciudades super pobladas. Pequeñas acciones que abogan por lo cercano, lo pequeño, las redes de afinidades. Los lugares conocidos, las comunidades

Luego en el Guggenheim algo parecido: un tanto más inquietante claro está.

THE HAPPY CITY: CHARLES MONTGOMERY

En la publicidad se preguntaban:

¿Puede la arquitectura maximizar la felicidad? Únete a uno de los componentes del laboratorio BMW GUGGENHEIM LAB Charles Montgomery para una noche de diversión y experimento en la confianza y el juego, explorando las sorprendentes relaciones entre los diseños de nuestras mentes y el diseño de nuestras ciudades. Luego celebra el lanzamiento del libro de Montgomery, Happy City: Transforming Our Lives Through Urban Design (Farrar, Straus and Giroux, 2013), que explora como las ciudades pueden transformarse en maquinas para la felicidad usando nuevas estrategias de la neurociencia, la psicologí­a, y el diseño activista. La sala de exposiciones se transformará en un laboratorio para testear el efecto que el diseño tiene en el modo en el que sentimos. Prepárese a sentirse sorprendido — y sorprendentemente feliz. Happy City estará disponible para su compra en el programa. Habrá un bar pero no aceptara tarjeta.

Como no había entradas, pero daban unas tantas a las 8 (la cosa era a las 8:30) nos lanzamos a las calles heladas de Nueva York para no perdernos esta indagación que cambiaría nuestras vidas. Pero en la quinta avenida, sobretodo cerca del Central Park, donde está el museo Guggenheim, hace un frí­o mortal, no hay bares, ni de “suelto”, no hay nada que comer ni que beber, la cafeterí­a del centro es un restaurante mega caro, hacía cada vez más frí­o y nos fue pareciendo todo más y más y más inquietante.

Nos fuimos de allí.

Montgomery, imagino, apilaba sus libros de la ciudad feliz y preparaba los juegos llenos de instrucciones.

Mientras esto sucedía en la otra costa, en la costa oeste, estarían, también acabando la cena en el HeadLands Center for the Arts. estarían siguiendo instrucciones en esos momentos de explosión comunitaria, de génesis, tal vez de ciudad, y sino de ciudadaní­a.

La pregunta que me surge ante tanto desconcierto es si es posible trabajar desde el arte en esos huecos en los que las instrucciones no se precisen en que la burocracia no sea necesaria en el que los programas estructurados no coarten la locura. No lo se bien, no lo tengo claro, no solo me re surge mi querido pensamiento paradójico, no solo eso, a veces me da miedo y creo que nada es posible.

Pero mañana, que será¡ otro día, seguiré intentando pensar que aun hay una grieta en la que podemos vivir y esa grieta puede, a su vez, crecer hasta romper la roca sin que nadie venga a darnos instrucciones y ha imaginar por nosotros.

Estoy confusa.

(Ruego me disculpen).