IMG_1829

Esto es algo que descubrí esta mañana. Esta mañana arranqué mi serie “visitas guiadas”, me dispongo a recorrerme varios Centros de Arte de Madrid, todos los que pueda, siguiendo, callada cual tumba, las “guiadas visitas” que estos tengan a bien ofertar. Hoy comencé, y lo hice en el MNCARS, esto es, el Museo Nacional y Centro de Arte Reina Sofía, con una recorrido transversal a la colección permanente que se llama “Feminismo”.

La visita, que ellos llaman Itinerarios Guiados, pretenden (corto y pego): proponer nuevas miradas a la Colección que desafí­an las interpretaciones tradicionales y revelan la riqueza de implicaciones históricas, sociales, y polí­ticas del hecho artí­stico.

El guí­a se llamaba Esteban, y era muy bueno, aunque, con las prisas, no he podido llegar hasta el final en el que podíamos comentar, con un tono de crí­tica constructiva, si nos parecía bien, o no nos parecía bien, todo este itinerario comentado. A mi me ha parecido muy bien, aunque echaba en falta a todas las chicas “sin sombrero” y  muchas otras dandyficadas criaturas de los años 20 de las vanguardia europea y americana. Pero, pese a ello, he disfrutado el asunto que ha arrancado con la extraña escena de los hermanos Lumiere de la salida de los obreros de la fábrica, curiosidad en la que jamás había reparado, de la fábrica salen solo, o casi solo, mujeres embellecidas para un paseo de domingo, con sombrero elegantón y todo. Después hemos pasado a una femme fatale, un retrato de Anglada Camarasa, de una bella aristócrata que a mi me parecía más una serpentesca Lilith que una dulce y sensual Eva, pero en fin, ya digo que prefiero guardarme mis exóticos comentarios para otros lugares, el chico, la verdad, lo hací­a increíblemente bien instándonos, por otra parte, a hablar y participar constantemente. Luego pasamos a otros retratos de gitanas, confieso no haberme enterado del autor y haberme sorprendido con la potencia de unas obras que de no habérmelo dicho nadie jamás habrí­an llamado mi atención. Luego el retrato de Picasso de una prostituta vestida de gran dama y luego lo mejor.

Y lo mejor ha sido una breve parada en la famosa Tertulia en el café Pombo, de Gutiérrez Solana, tertulia que también se conserva en fotografía. Yo no comprendía pararnos ahí, aunque claro que cierta sospecha podrí­a haber tratándose de un cuadro, y de una tertulia claro, en la que solo había, y esta vez “solamente”, hombres.

Luego pasamos a Louise Fuller, “la dama eléctrica” a la que los hermanos Lumiere también dedicaron un metrajito, y junto a Louise un Sonia Delaunay y un discurso en torno al orfismo (hubiera disfrutado mucho de haber habido fotografías de Sonia y sus modelos) y luego llego mi sorpresa.

Confieso que en todas mis investigaciones jamás me había cruzado con esta mujer, y lo digo avergonzada porque el cuadro de Ángeles Santos Torroella, La Tertulia de 1929, me ha dejado en el sitio. He querido hacer un damero con sus personajes para ilustrar el artículo, de esos que me gustan hacer, para poner énfasis en las figuras que componen el claustrofóbico cuadro, pero me ha sido imposible dadas mis torpezas telemáticas.

Las figuras que hubieran debido conformar mi damero son cuatro, las cuatro tertulianas que parecen hacer cualquier cosa menos hablar. Las cuatro aparecen como atrapadas en un lugar cerrado y lento, como densificado, en donde el tiempo se detiene y en donde hay ciertos atisbos de una libertad agobiante pese a si misma. Eso es lo que más me ha fascinado, luego por supuesto el nombre, “LA TERTULIA”, también la falta de interés en el posible espectador, sobretodo y además, la solipsista actitud de todas y finalmente lo extremo de todas las actitudes. Una lee un libro, otra fuma un cigarrillo, otra parece clamar al cielo con un manuscrito entre sus manos y la última, la única que parece prestar algo de atención, tiene una postura descaradamente laxa, tirada con conciencia de sí­, sin llegar al espatarramiento. Podríamos ser cualquiera en una escena muy í­ntima y privada en la que nos desdoblamos dejando ese personaje público de corrección aun decimonónica, corrección esta que se le pedía a toda mujer. Son mujeres robustas y adolescentes, pese a ser retratadas como maduras, y están fuera del tiempo, fuera de la luz natural, fuera de todo.

Fascinada me quedé sobretodo porque me parece desgarrador. No hay soberbia en el posar, no hay interlocución, ni siquiera deberí­amos estarlas mirando y pese a ello llama al asunto “Tertulia”, con tan solo 18 años. No se si es claudicación o batalla, no acabo de leer claras las intenciones aunque el guí­a las vea tan obvias.

A Ángeles Santos Torroella la descubrió Ramón Gómez de la Serna y con 18 años se la llevó y la plantó en una silla en el Café Pombó. Imagino la cara de Ángeles sintiéndose como un pastel de fresa, imagino la cara de adolescente genial y también su vuelta a casa y su rabia pulida con una impecable técnica pictórica que nadie sabe de donde sacó.

Es extraño, hací­a tiempo que no me emocionaba tanto sintiendo la misma rabia que ella debió sentir y las eternas horas de soledad igualmente rabiosa que pasarí­a hasta rematar esta obra.