“”¦. La urbanidad es un tipo de sociedad que puede darse en la ciudad “¦. o no”, (Delgado, 1999; 11)

“Ese yo-no-se-qué, que es todo yo individual, tiene necesidad de ocuparse de lo exterior para tomar conciencia de sí­ mismo y fortalecerse; se nutre de lo que le altera” (Tarde; 1986, 142) – escrito en 1904-

Para Delgado la urbanidad es la generalización del juego, no de un juego, sino de “el juego” de la alteridad, esta también, generalizada. La urbanidad se hace acción, interacción en el espacio público, en ese lugar donde los “practicantes de la sociabilidad urbana” ponen a prueba sus destrezas en el arte de ese enmascaramiento sorpresivo, de “el juego”. Luego habla también de discreción, de dotes actorales siempre mediocremente mostradas aunque potencialmente inimaginables. Esta suerte de conformismo en no ser nada podrí­a ser, sigue Delgado, un estado muy parecido a la libertad. Luego pasa a llamarlo hombre-masa. Y aquí­ veo cierta confusión, si es a lo Tarde, el que despliega ese je-ne-sais-quoi, ese yo-no-se-que, no puede ser, por misma definición hombre-masa. O se siguen las escurridizas normas de la urbanité, a lo diecisiete (con tintes honníªteté), o se siguen ese no se sabe qué (con tintes dandyficados a lo decimonónico), o se conforma uno y se hace hombre-masa, o se hace un esfuerzo y se sacan la potencialidades de ese animal público que todos llevamos dentro. Esto es, se hace uno miembro de la multitud y se inventa su máscara (con los tintes de hipocresí­a aristocrática que haga falta), o se conforma uno con pertenecer a la masa y se hace ciudadano modelo jugando a un juego ya previsto, que ya no es “el juego”, claro está.
Cuando Foucault interpreta el texto de Kant, ¿que es la ilustración?, texto muy breve, aunque, hasta para el mismí­simo Foucault, no siempre tan claro, nos dice que Kant, al leer la ilustración como una salida [Ausgang] ve en ella un proceso que nos liberaría del “estado de tutela”, esto es, “cierto estado de nuestra voluntad que nos hace aceptar la autoridad de otros, para nuestra conducción en los dominios donde conviene hacer uso de la razón.” Esta salida será, sin embargo, ambigua, será un proceso en desarrollo pero es una tarea, una obligación. La divisa finalmente será, “atréveta a conocer”, “ten el coraje, la audacia de conocer”, se, en suma, actor “voluntario” de ese mismo proceso. Entonces hay que matar la voluntad de ser tutelado en el uso de la razón en el terreno de lo público y despertar esa misma voluntad en la elección del papel a interpretar. Para salir de ese estado de tutela han de darse ciertas condiciones que no son más que las claras diferenciaciones entre el campo de la obediencia y el campo del uso de la razón, o lo que es lo mismo, la distinción clara entre el uso privado de la razón, que debe ser sometido, y su uso público, que debe ser libre.
Esta lectura de la Ilustración no será, por supuesto, una descripción adecuada de la misma, pero, si será, y eso es lo que nos importa, el esbozo de lo que Foucault llama “la actitud de la modernidad”, y claro está que Foucault lo llama así­ siguiendo a Baudelaire. Esto es la modernidad como “actitud” y no “periodo de la historia”. Otra tarea, un “ethos”. Una “voluntad” de hacer heroico el presente que no puede limitarse a la flaníªurie, por que el flí¢neur no es más que un espectador, y hay que actuar (como dirí­a GGP), el fin del hombre de la modernidad debe ser más elevado, será algo más transformador, “La modernidad baudelairiana es un ejercicio en el que la extrema atención puesta en lo real se confronta con la práctica de una libertad que, simultáneamente, respeta y viola lo real”. La modernidad debe ser, además, un modo de relación que hay que establecer con uno mismo…” es lo que Baudelaire llama, según el vocabulario de la época el “dandismo”. Otra tarea de elaborarse a sí­ mismo a “voluntad”.

Entonces podemos volver al principio, el animal público a lo Delgado podrí­a ser el dandy a la Baudelaire, en su versión más trasgresora, pero, digo yo, con cierto compromiso político. La matización del empleo público de la razón en un dandy no es otra que la elaborada teatralidad y puesta en escena, pero, al cabo, siendo plenamente libres en el uso de su entendimiento. Esta máscara, esta “performatividad cotidiana y trasgresora”, al menos abierta a todas las posibilidades, es la que habrí­a de desarrollar el animal público. El ethos, o tarea, del hombre público será una actitud-limite, no un rechazo, sino un colocarse en los lí­mites, en las fronteras para, así­ con buena vista, reconocernos como sujetos de lo que hacemos, pensamos y decimos. Esto es, renovar el esfuerzo del indefinido trabajo de la libertad. Pero, “.. esta ontologí­a histórica de nosotros mismos, debe apartarse de todos aquellos proyectos que pretenden ser globales y radicales”, esto es, que no hace falta proponer una revolución que de al traste con todo lo demás. La propuesta de Foucault es más bien llevar a término, ” “¦un ethos filosófico propio de una ontologí­a crí­tica de nosotros mismo, como una prueba histórico-práctica de los lí­mites que podemos traspasar y, por ello, como trabajo de nosotros-mismos sobre nosotros-mismos, en la medida en que seamos libres” (analizando el poder, el saber y la ética).

Entonces esa ontologí­a crí­tica de nosotros mismos es una actitud, no una teorí­a, una tarea, no una doctrina, un ethos, una “vida filosófica en la que la crí­tica de lo que somos es, simultáneamente, un análisis histórico de los lí­mites que nos son impuestos y un experimento de la posibilidad de rebasar esos lí­mites”. Y esta impaciencia por la libertad es la que hace decir a Delgado, siguiendo a Anthony Giddens que es, precisamente, en el espacio de lo público donde se puede hacer la modernidad radical, esto es, avanzar la promesa de un proyecto aun por hacer, o sea, una tarea por concluir o, sino, seguir.

Entonces y siguiendo la estela de una arqueologí­a de la urbanité, a lo Guez de Balzac, que construye la definición de la misma en la más absoluta indefinición, en ese explotado je-ne-sais-quoi, que misteriosamente retoma Gabriel Tarde y re-escribe Manuel Delgado, podemos, digo yo, llegar a esa tarea aun por hacer, esa modernidad radical que no es más que una actitud, otra vez, al animal público. Lo que pasa, que habrí­a que puntualizar a este animal dotándolo de una capacidad más allá de la pura flí¢uneirie, e insertarlo en la faena de hacerse a si y hacer un mundo.

Así­ pues creo que el espacio público o la esfera pública, en su concepción de lugar de intercambio de un montón de razones libremente constituidas, habrí­a de estar equiparado al de aquellas personalidades que desarrollarán esa tarea; de trabajo sobre si mismos, o de ontologí­a crí­tica sobre si mismos y una indagación constante de la manera de rebasar los limites que nos son impuestos, a saber: el honníªte homme, o la honníªte femme en el XVII, el dandy (siendo indistintamente el o ella o ambos) en el XIX y el animal público puntualizado (por definición un ser androgino por su condición de liminalidad limbática) en el XX y XXI.