El jueves fui con Antonio Dí­az Correa (otro día me dedicare a DeContexto, su blog), mi amigo Antonio a la re entrada de las galerí­as madrileñas, una extraña tarde llena de gentes de esto que llaman el arte. Luego al día siguiente comentaba con Paco Cruces, mi jefe, la extraña experiencia. El me dijo muy serio y acertadamente que Bourdieu escribió en „La Distinción“, algo así­ como que el arte era un lujo y el lujo, como siempre, solo se refiere a si mismo.

Eso fue lo que sentí­. La autocomplacencia de la pintura hablando de si misma una vez más, porque, la verdad, que casi todo lo que vi fue pintura. Luego vi a muchas personas, a muchas, pero todas tenían algo que ver con eso, con, en términos reducidos, la pintura.

Arrancamos nuestra visita en José Robles, pintura, „Visions of Eden“ de Pedro Luis Cembranos, el texto que te daban en la sala está escrito por David Armengol. A Pedro no lo había oí­do nombrar, aunque debe ser ya conocido, a David Armengol si, aunque lo he leí­do poco. Ahora que miro mejor debe ser que David ha sido el comisario de esta muestra, aunque la figura de un comisario en la programación de una galerí­a que hace una individual no parece tener mucho sentido. No obstante preguntaré a Antonio. Armengol dice así­… „Históricamente el recurso más efectivo para acceder al paraí­so ha sido el paisaje pictórico…“ y muchas cosas más que se agradecen, porque se agradece que te cuenten lo que ves (aunque nunca acabes de leértelo).

Luego fuimos, Antonio, yo y otros tantos que aparecían y desaparecían y que eran amigos de Antonio, a otra sala bastante renombrada. Fuimos tras buscar durante más de media hora un bar normal mondo y lirondo. Caminamos y caminamos por las delirantes calles del madrileño barrio de  Chueca donde hay de todo menos bares mondos y lirondos. Allí­ mismo junto a la esquina de la calle Belén, donde José Robles se ubica, solí­a yo tomarme los cafés y las cañas (aunque entonces no tomaba yo cañas todo hay que decir) cuando salí­a de pintar en Arjona, esa extraña academia que me permitió des-entorpecer mi congénita torpeza dibují­stica para poder entrar en el sacro santo recinto de la escuela de San Fernando de Madrid, la escuela de Bellas Artes. Obvio que esa es otra historia pero obvio también que a primeros de los noventa el barrio de Chueca era otra cosa, si ya se, había muchos yonkis, si cierto, pero también había familia y bares caspas, de esos que a mi me gustan. Ahora todo son pubs modernos de a 3 euros la cerveza. Un sin vivir.

Al final Antonio recordó un lugar, un barecito que aun conserva a varios abuelos jugando al dominó, de esos que te dan cacahuetes y te dan el quinto a un euro con poquito. Allá que fuimos y hablamos de su editorial, „Dí­az&Pons“, y de la mí­a (de mucha gente) que hasta ahora se llamaba „Papel de Fumar“ y ahora se llamara „Esto no es Berlín“. Y tras hablar nos hablaron pues nada más poner un pie en la galerí­a Casado SantaPau, llego el artista de la muestra (siento mi torpeza pero no recuerdo su nombre ni el de la exposición), y nos habló y habló y habló sobre su obra, sobre Friedrich y el primer Romanticismo Alemán y sobre el Hundimiento de Esperanza, y nadie, ni Antonio, ni el, ni yo hicimos chiste alguno al respecto.

Lo pienso ahora y me da la risa porque tal y como está la cosa, Esperanza Aguirre dimitiendo precisamente la mañana anterior a la re-entre y fuera de la narración de si de cualquiera que allá anduviere exponiendo (sobretodo si está tan a tiro). No es que fuese tema central, obvio es, pero si, como dirí­a Antonio y otro que yo me se, al menos contextual. Tan focalizado estaba el muchacho en su propio discurso, tan lanzado era en la tarea de hacer que Antonio y yo escuchásemos con cara de fascinación, admiración y anonadamiento sus pinturas que ni reparó en darle a su discurso cierta actualidad. Habí­a cosas más o menos curiosas, pero que a  mi me perdonen, este ombliguismo exaltado me supera un tanto porque no se le puede robar 20 minutos de su vida a cualquiera que pase y que, a todas luces, no vaya a comprar nada. En ese mismo lugar, además de las referencias bourdianas, me llamaba la atención la perfecta simbiosis entre la conservadurí­a de los de más de cincuenta, galeristas y demás gestores del espacio (clase media alta, educación en colegios privados, ropa re-limpia y comedida aunque con algún toque de modernidad, dientes extra blancos, tiesura al andar, y toque de vendedor con dosis de sofisticación y glamour también contextual). Abajo las nuevas hornadas de modernos con comedimiento: camisas de palmeritas o florecillas, de esas hawaianas de mercadillo vintage, que por lo visto están de moda, algunos sombreritos, pantalones casi pitillo pero tan caí­dos que ya no pueden serlo, zapatillas de marca con andróginos diseños muy casual, pelos en las caras y actitud altiva en su curvamiento, curiosas paradojas ya se, pero es así­, tienen arte, arte en su altivez pasota… lo mejor, que los del piso superior, coletazos de cierto conservadurismo local planchado casan perfectamente con esta blanda altivez a la hawaiana. Curioso. todo cuaja, las generaciones pasan, pero, me temo, este circuito del mercado del lujo, extraño lugar de contestación y sometimiento, genera estas extrañas simbiosis… siempre y cuando ninguno de las dos puestas en escena deje de hacer lo que ha venido a hacer, unos a mostrar y vender, otros a mostrarse y venderse.

En Madrid, me dijo Antonio, no hay comisarios. No no los hay. Si tu eres artista y andas en busca de galerí­a, no te queda otra que ir a todas las inauguraciones, dejarte ver, que te conozcan y vayan sabiendo quien eres y lo que haces. Luego puedes entrar, si te eligen. Imagino que al final quien te elige es el galerista y no, como en Barcelona, un comisario. Me llamó la atención la diferencia. Cada ciudad tiene sus ritmos y Madrid es así­, hay que salir a buscar, raro es que te encuentren si tu no buscas.

Luego, como no, otra cervecita tras recorrer la Castellana en autobús, en el 27 sin parar de hablar ni un momento. La Rosa fue nuestro destino, en la Ronda de Valencia. Dos botellines y un pincho de tortilla, porque en La Rosa siempre te dan un suculento pincho de tortilla. Seguimos, Espacio Mí­nimo. Huele a dinero, mucho dinero, a glamour, del de verdad, y a cuadros carí­simos. Algo entre de Chirico y leyendas checoslovacas, o de algún lugar lejano y norteño. No tengo mucha idea pues no se ni quien era el pintor ni que pretendía pero me sabí­a a rancio abolengo y viejas glorias recuperadas, a fragmentos, pero recuperadas. Teatralidad de cortinajes entre tetralizantes y aristocráticos. Tonos verde oliva y gamas de grises. La verdad, bellos y rotundos. La otra verdad una casa igualmente rotunda requerirán. Quizá la que tienen los coleccionistas que por allá andaban, porque eso, me juego el cuello, eran coleccionistas, con mucho dinero y clase.

Por lo visto los coleccionistas declaran con su aspecto, actitudes y formas de estar que tipo de obra, hasta que autor, estarían dispuestos a comprar. Si alguien entra en tu hipotética galerí­a con un aspecto x (que no se cual es me remito a trasmitir las palabras de Antonio), sabes que comprará un Cristina Iglesias, por ejemplo, o que comprará un Cristina Lucas, cosa que no dijo pero podrí­a haber dicho, u otro artista de los muchos que hay… es curioso, es toda un retórica sin palabras, que sabrás leer solo si estás enterado e informado. Imagino que eso diferencias a un buen galerista de otro. Quien sabe leer y quien no.

Seguimos caminando y con la simple frontera de una fuete que une la calle Doctor Fourquet con la calle Argumosa y llegamos a lo por llegar. Han abierto como seis galerí­as en Doctor Fourquet. ¿Por qué precisamente en Doctor Fourquet?

fourquet-argumosa

Misterios de este misterioso campo que es el arte. En el paí­s lo llamaron „El pulso alternativo de Doctor Fourquet“ en el 2006, aunque se referí­an a otro alternativo y a otro tiempo, hace poco salió en el ABC este otro, Doctor Fourquet: El arte toma una calle en Madrid.

Las nuevas:

Galerí­a Nogueras Blanchard
García Galerí­a
Galerí­a Eva Ruí­z
Galerí­a Moises Pérez de Albeniz
Galerí­a Maisterra-Valbueva

En el Cultural salió otra, Dr. Fourquet Galerista.

Y mi visión. Muchas gentes. Pocas cervezas. Encuentros con los Gremio a goteo, encuentro con los RAMPA a goteo también, encuentro con Cristina Lucas, y con los NOWWWH. Almudena Lobera no me saludó porque ella no me vio aunque yo si la vi a ella (y sin duda podrí­a haberla saludado yo), Iván López Munuera pasó presuroso y encantador, muy guapo por cierto, a por una cerveza en el bar de la esquina, que es donde se celebró la verdadera inauguración de toda la calle. Voldam para todos a 2 y medio. Luego estaba Sergio Rubira quien tampoco saludo, y a quien yo tampoco dije hola. Un galerista de Valencia que hacia mucho no veí­a. El director del CA2M, Barenblit también andaba por allá (tampoco nos saludamos) y muchos artistas más. Tamara Arroyo, y Nico Munuera, con el que charle largo y tendido y con el que me reí­ mucho (Valencia y Murcia dan mucho de si). Por ahí andaba también Miki Leal a quien ando queriendo entrevistar hace rato… y yo que se, muchos más, el esposo de Selina Blasco, encantador, y miles que yo no conocía. Hasta Fernando Baena que con mucha coña me dijo „¿Que hace una chica como tu viendo arte burgués?“…. „No lo veo“, dije, „estoy haciendo mi etnografí­a“, y aunque no fuese exacto porque intentaba mirar lo que allí­ se mostraba la verdad que ver ver, lo que se dice ver, aparte de infinitas personas, vi más bien poquito“¦

(continuará)