Nadie se le ocurriría definir la especificidad de la investigación artí­stica.
Jesus Carrillo [1]

Ningún agua surge de la fuente. Las palomas se posaron sobre el borde de uno de sus pilones. Hay bancos sobre el terraplén, bancos dobles con un respaldo único. Desde donde estoy puedo contar hasta seis. Cuatro están vací­os. Tres vagabundos con gestos clásicos (beber tinto de la botella) en el sexto.

George Perec [2]

No estoy sentada en la Plaza de Saint-Sulpice, y por supuesto no espero a Katerine Deneuve. Estoy sentada en la cocina de la casa de mi madre. En el ala sur. Ella lleva ya más de una hora sentada mirando al río. En el ala norte. Es capaz de permanecer ahí sentada durante horas. Mirando. Sin hacer nada y preservando la misma postura. Durante horas. Quizá se le pegó el espíritu de George Perec a quien no conoció jamás y de quién no oyó hablar tampoco jamás. Porque George Perec para escribir Tentativas de agotar un lugar parisino necesitó pasar horas y horas espiando lo que allí­ podía verse, no lo que ya otros habían visto o escrito o catalogado o inventariado, ni tan siquiera lo que otros ya habían investigado. No. George Perec buscaba “œlo que generalmente no se anota, lo que no se nota, lo que no tiene importancia: lo que pasí cuando no pasí nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes”.

Tal vez permaneció allá todo ese tiempo, toda esa infinidad de horas porque sabía lo que acaba de concluir Susana Martínez Conde. No vemos más allá de nuestras narices. Susana es neurocientí­fica y aunque es española no trabaja aquí­. Susana nos ilustra sobre el fraude cotidiano de la percepción mental. Ha investigado durante años los ancestrales trucos de magia para dilucidar el mecanismo de nuestro cerebro. Por un lado está la realidad y por otro lo que aparenta ser. Vivimos inmersos en paradigma de ceguera por atención. El cerebro se distrae porque la atención funciona según un foco único. Lo que no llama nuestra atención queda inhibido por el cerebro. Entonces cuando miramos vemos tan solo un diez por ciento de lo hay que ver, o podría ser visto. Cuando buscamos encontramos tan sólo ese mismo porcentaje. A no ser que, claro está, nos de por permanecer horas y horas allá­ sentados mirando lo que nunca se ve. O a no ser, también, que nos de por investigar horas y horas lo que, de otro modo, no podría ser recuperado para la ilustre posteridad.

Mi madre no anotará nada. No recordará nada. No sacará conclusión alguna de lo observado. Nada pasará a ningún otro lugar, solo quedará la nada más absoluta, y solo ella sabrá sabe esa nada. Y ahí­ uno de los problemas. No basta con observar, sino que luego hay que contar lo observado o lo descubierto. Hay que empezar a anotar lo que no se nota. Y en ese anotar es donde el oficio literario se pone en juego. Por que, si de lenguaje hablamos, si a la escritura nos referimos, no basta con estar horas y horas, tampoco con atesorar archivos y archivos. Al final hay que contarlo, y hay que contarlo bien. Las formas son importantes y guardarlas, si cabe mucho más.

Esas formas, sin embargo, pueden, no ser siempre palabras. La asepsia metodológica, como alguno la llama, puede verse rematada por una obra sublime o puede acartonarse en un resultado insulso y poco alentador. Como se llega a eso, a ese resultado, sublime o insustancial, a muchos, no a todos, pero a muchos, no les acaba de importar especialmente. Quizá haya investigadores como hay artistas que te cuentan todo a pies juntillas, cada paso de su devenir, los hay que te susurran al oí­do sus conclusiones, que se callan porque sobran las palabras, o que simplemente tras mucho mirar deciden cantar o no hacer nada de nada, nada en absoluto.

Dicen que Walter Benjamin[3] tenía un curioso método para investigar la realidad, el método basado en el extraví­o y en la deriva. Dicen que prestaba más atención a un simple grano de maí­z que a todas las maravillas de un posible anticuario atestado de maravillas. Dicen además que en el Origen del Drama Alemán estaba orgulloso de un trabajo cuya escritura consistía tan solo en citas y en el que consiguió reunir los proverbios más raros o más precisos para introducir su magna obra. Horas y horas paso Benjamin recopilando sus infinitas citas, luego las organizó y les dio lugar preciso, con una palabras, otras, precediendo a cada cita y siguiéndola. Luego las recompuso y las encuaderno. Y luego dejó que cada cual lo buscase ahí, entre las palabras de otros.

Tan solo cito a los demás para certificar más si cabe lo que realmente quiero yo decir. Vivimos interglosándonos, que diría De Montaigne[4], quien además dejó escrito en la introducción a sus ensayos: “Este es un libro de buena fe señor. De entrada se advierte que con él no me he propuesto otro fin que el doméstico y privado. En el no he tenido en cuenta ni el servicio a ti, ni mi gloria. No son capaces mis fuerzas de tales designios (…) así­ lector, yo mismo soy la materia de mi libro: no hay razón para que ocupes tu ocio en tema tan frí­volo y vano. Adiós pues; de Montaigne, a uno de marzo de mil quinientos ochenta”. Todo lo que uno descubre tras horas y horas de observación preñado y repleto de trocitos de ese uno mismo. Tema frívolo y vano es el de hablar de uno mismo. Aunque, por otra parte, cómo no hacerlo. Cómo no hablar de uno mismo en cada cosa que uno hace. Se nos olvida nuestra capacidad para imaginar formas desconocidas. Una capacidad esta que a los que si son profesionales de la investigación parece no permití­rseles, aunque, hay voces, que si reclaman ese hueco.

Cuando me preguntaron cómo había localizado a “mis informantes” dije que de modo más o menos azaroso. Viejos amigos. Nuevos conocidos. Artistas encontrados en algún concurso nacional de jóvenes talentos. Sarah Thornton[5] dice algo parecido, yendo un poco más allá, dice que su “œobservación participante” incluye: experiencias de primera mano, cuidadosa observación (de horas y horas), escucha atenta, charlas ocasionales incluso banales, paseos casuales, encuentros fortuitos, posibilidades abiertas, oí­dos parabólicos, descubrimientos azarosos, presentaciones inesperadas, hallazgos maravillosos. A todo esto le debe añadir interrogatorios en profundidad, y el análisis de detalles textuales o visuales y documentos y textos teóricos clave.

La observación participante es para la antropóloga inglesa una formalización auto-consciente de los métodos naturalizados por los cuales normalmente aprendemos. Al cabo no es más que intentar ser como niños sin que se nos escape ni un solo detalle, ósea, ser lo contrario a lo que son los niños. Tal y como escribiera Walter Benjami­n en Dirección única[6], la infancia tiene un gran potencial revolucionario. Los niños no se limitan a imitar el mundo de los adultos, argumentará, sino que hacen nuevas composiciones a base de palabras prestadas, creando así­ nuevos mundos mientras juegan. Emplean los fragmentos y los desperdicios de la sociedad y así­, no imitan tanto el mundo de los adultos al juntar, en los artefactos que producen para jugar, materiales de un tipo muy diferente en unas nuevas relaciones intuitivas.

Estar horas y horas mirando, buscando, indagando para, no solo tener datos, sino más bien adiestrarnos en el ver mientras miramos o en el encontrar mientras buscamos. Derivar hacia donde ni tan siquiera imaginamos que llegaríamos. Buscar la formas para comunicar nuestros hallazgos. Respetar los desvarios y prestar atención a lo que nadie presta atención. Como dicen que hace Vila Matas[7], dejar que la realidad dance en la frontera de lo ficticio consiguiendo diluir la dicha frontera. En suma, descubrir “extravangantes rumbos no sendereados”, que diría Baltasar Gracián[8].

[1] Intervención de Jesús Carrillo en BIG-MAC, cafés y latas (martes 6 de febrero de 2012). http://www.bellasírtes.ucm.es/big-mac

[2] Perec, George (1992), Tentativas para agotar un lugar parisino, Beatriz Viterbo Editora, Rosario. (Traducido por Jorge Fondebrider).

[3] Benjamin, Walter (2007), Illuminations, Essays and Reflections, Schocken Books. (Texto introductorio de Hannah Arendt), New York.

[4] De Montaigne, Michel (2010), Ensayos I, Cátedra Letras Universales, Madrid.

[5] Thornton, Sarah (2009), Seven days in the Art World, WW Norton&Company Ltd., New York.

[6] Benjamin, Walter (2002), Dirección única, Alfaguara, Madrid. Traducción de J. J. del  Solar y Mercedes Allenezalazar.

[7] Vila-Matas, Enrique (2010), Dietario Voluble, Editorial Anagrama, Barcelona.

[8] Gracián, Baltasar (2009), El héroe, El Polí­tico, Edaf, Madrid.

 

Publicado en Música para camaleones, el black albúm de la sostenibilidad cultural es un catálogo de buenas prácticas culturales que busca rebasar su vocación de inventario para sugerir una nueva forma de realizar proyectos. Una reunión de voces diversas, un conjunto de experienciasas que se presentan como una manera de entender lo que se ha hecho y se está haciendo en España en cuanto a prácticas de gestión y producción cultural alternativas e innovadoras se refiere. http://blog.transit.es/lanza-mpc