En el orden político francés del siglo XVII el rey era, o eso parecía, el rey, pero la monarquí­a, pese a sí­ misma, aun no era capaz de absorber a la nobleza en su totalidad. Por el contrario „le monde“, lo que entonces se llamaba „la sociedad“, se andaba definiendo de un modo aun más rotundo que la misma monarquí­a. Los salones eran los lugares para esa perfecta „sociabilidad“, le monde era un lugar de exclusividad, restrictivo que incluí­a dentro de sus mismas fronteras todo aquello que merecía la pena ser incluido. Cuando Luis XIV movió la corte a Versailles lo que consiguió fue, a un tiempo, alejar a la nobleza de sus tierras y hacer de Parí­s el „otro mundo“ alejado de su control. La independiente Parí­s no se limitó a ser el escenario de revueltas populares, sino también de los salones, esos lugares en los que la nobleza autónoma se fortalecía con un discurso compartido que la unificaba. Durante el curso de los siglos XVII y XVIII este „discurso cortés“ supondrá una amenaza para la monarquí­a tal como lo fue, igualmente, las voces disonantes de los alborotadores callejeros.

El orden social era jerárquico, y la autoridad del rey le posicionaba en lo más alto de esta jerarquí­a polí­tica, pero la estructura de los salones era igualitaria. Como grupo exclusivo los nobles contrapesaban su sentido de superioridad con la convicción de que ellos mismos eran una comunidad de iguales. Durante el siglo XVII la conversación cortés estableció esta noción de „igualdad“ en los salones nobles, tal y como el intercambio epistolar lo haría en la República de las letras. La comunicación entre los miembros del grupo se basará en el principio de reciprocidad, con cada uno de los participantes en la conversación contribuyendo a la ecuanimidad del cí­rculo en su conjunto.Goldsmith ha interpretado este intercambio de conversación como un análogo al principio de reciprocidad del potlatch del que se encarga Marcel Mauss y Marshall Sahlins, en este la constante circulación de regalos simultáneamente liga a la sociedad en un todo y la anima. Lo que tiene en común los habitantes de los salones, aquellos de la República de la letras y los isleños Trobriand es ese „sentido de comunidad“ y de comercio basado en un conjunto de valores diversos al puro negocio y al beneficio individual. En todos estos grupos el intercambio no es un negocio y el beneficio es para el grupo. Los tres grupos asumen la pretensión, al menos, de una fuente ilimitada de recursos, una asunción no tan difí­cil de sostener si el intercambio es verbal.

La conversación cortés servirá, en primer lugar, para definir a la nobleza como clase en un tiempo en que su misma existencia se veí­a amenazada desde arriba, desde abajo e incluso desde el interior mismo. Por otra parte, permitirá una amplificación de la noción de nobleza, o de aristocracia. Un aristócrata será aquel capaz de estar a la altura de las circunstancias en una conversación cortés. Será aquel, o aquella, capaz de llevar a término su máxima potencia, su virtud en toda su amplitud. La aristocracia dejará así­ de ser una tierra firme, ya que se alejará de la definición de „sangre“ o de „nacimiento“ que Bodin y Richelieu insistían en afianzar en los circuitos más cercanos a la corte Versallesca. Al avanzar el siglo XVII, como Carolyn Lougee muestra, „el comportamiento sucederá al nacimiento como criterio de estatus. El honníªte homme será el hombre que venga del origen social que venga ha adquirido para sí­ la noble civilité. La ideologí­a de los salones se apoyaba en la sustitución del comportamiento por el nacimiento. En los salones será la conversación cortés lo que constituirá la civilidad, o la urbanidad, y las mujeres serán las encargadas de enseñar a los hombres como adquirir las necesarias destrezas en tan sutil arte. Como escribirá Poulin de la Barre, „Si un hombre quisiera entrar al monde y jugar bien su papel en él, habrán primero de ir a la escuela de mujeres para aprender la necesaria cortesí­a, la afabilidad y todas las caracterí­sticas exteriores que hacen hoy la esencia de los honníªtes gens.

La cortesí­a tendrá así­ que ser entendida como una respuesta a la monarquí­a y su intento de apropiarse de la misma definición de nobleza, más que como una mera capitulación de los soldados de élite. Incluso Voltaire, quien aseguraba que fue Luis XIV quien „tendrá éxito en transformar gente turbulenta en gente pací­fica“, seguirá afirmando, „las casas que todos los grandes nobles construyeron o compraron en Parí­s y sus mujeres que allí­ vivirán con dignidad formado „escuelas de cortesí­a“ que mejoraban su dotes. „La decencia“, escribirá, „que será debida, principalmente, a las mujeres que se reuní­an en sociedad harán a las mentes más agradables, y las lecturas las harán más solidas en el largo plazo.

The Republic of Letters: A Cultural History of the french Enlightenment
Dena Goodman