En 1993 Sarah Lucas y Tracey Emin alquilaron un local en Bethnal Green Road, en Londres, un lugar que antes había sido de un dentista o un cirujano o algo así­. En aquel espacio, y durante varios años, ambas vendían su obra y se auotpromocionaban. Establecían, sin necesidad de intermediarios, el marketing de sí­ mismas, además de la exploración de sí­ mismas, que es su obra, y el display de sí­ mismas, o la exposición, aunque parece que la palabra exposición tiene algo de lejaní­a, de hueco entre el espectador y lo expuesto, la palabra display me gusta más, es más accesible, parece más de supermercado y acerca lo displayado, o como se pueda decir, y al que va a verlo. En fin, ambas mozas, que son de armas tomar, sucumbirán alegremente a su propia fetichización. ¿Y para que andar con tapujos si una se puede autopromocionar pagando un alquiler?. Estas muchachas me encantan, cómo que se ha disuelto el artista y la firma y el autor y todo lo demás, estás no sólo escriben su nombre sino que lo enmarcan en neones de clores, y la verdad muertas, lo que se dice muertas, no parecen.

La cuestión es que el próximo 8 de diciembre la Emin da una charla informal, que ahora llaman los de la Tate, „talks&discussions“ sobre este proyecto conjunto con motivo de su inclusión en la exposición Pop Life: Art in a Material World, una exposición que trata precisamente este tema de la celebración de la persona, o personaje público del artista, o la conversión de este mismo en producto, y como se come esto de ser artista radical de vanguardia, y al tiempo mercaderí­a de camino a inmovilizado, y al tiempo una glamourosa celebrity.

Las estrella de la muestra por supuesto son Andy Warhol quien, aunque ya tenía precedentes históricos será el más visible y el más americano (aunque era polaco pero en fin) en esto de hacer el mejor de los modos de arte posible, el forrarse con elegancia y obvio descaro. Luego Damien Hirst, un monstruo en esto de los numeritos y los beneficios, Jeff Koons, mi gran genio de las finanzas, Takashi Murakami, el de las florecitas con cara de tortilla y a mogollón, y alguno que otro más a la estela de los maestros.

Y salgo yo de dos días intensivos de arte público y de disolución de todo entre quejas y reproches y pesimismos y futuros manifiestos. Obviament estos muchachos son un poquito impresentables si uno se toma en serio esto del arte y de cambiar el mundo. Ahora bien son una realidad, están ahí, existen, todo el mundo los conoces y obviarlos a la hora de generar un discurso en torno a la identidad del artista contemporáneo y amarrarse al prerrequisito de la disolución del nombre del artista público, sinceramente, me parece forzar argumentos para descansar mejor. Pero, al final toda esta glamourosa pandilla pesa, y pesa en cada uno de los jovencitos que presentan sus ocurrencias agigantadas para muchos de los concursos nacionales de arte urbano. Y si no que llamen al que lleno de patitos de goma gigantes la Cibeles que les cuente la intencionalidad polí­tica de semejante „barriosesamada“ en monumental. (y que epi no se me disguste, que no va con él)

continuará