Cuando arrancó el siglo XX en España tuvimos que inventar un mundo, y con él nos tocó también inventar términos acordes con los cambios sociales. Uno de esos fue la sicalipsis, y con él se trató de enmarcar a las indefinibles, ese batallón de damas galantes, las sicalípticas, diosas del placer que comenzaron no solo a poblar revistas, tan sicalípticas como ellas mismas, sino también las calles y los lugares en los que se pudo cantar y mover el cuerpo hasta descoyuntarse, esos templos de varietés, teatros, teatruchos, tugurios, salones y music halls. Estas damas que tenían infinidad de nombres, cocottes, coristas, divettes, tiples, vicetiples, cantatrices, cupletistas o creadoras, fueron las primeras celebrities, independientes, excéntricas, gozadoras a manos llenas de escándalos sicalípticos que dejarían a los futuristas como auténticos principiantes, poetas de vaselinas lúbricas que anularían al mismísimo Tzara. Conformaron una constelación de heroínas de la modernidad que construyeron este país nuestros, que inventaron la artista de la vida moderna. Una constelación de estrellas capaz de ver lo eterno de lo transitorio, de hacer poemas de la vida cotidiana y luego cantarlos en forma de cuplés. Diosas bastardas y eléctricas, jefas de todo esto, diputadas de gobiernos con ministerios de la frivolidad. Toda una galaxia de perdición y despegue internacional, cosmopolitismo castizo. Mujeres independientes, sindicalistas convencidas, bolcheviques temporales, políglotas intermitentes. Temidas como diablesas capaces de contagiar de independencia a todas las mujeres españolas, portadoras del virus de la perversión, de la fornicación y de la perdición del hombre. La Chelito, Fornarina, Cachavera, Raquel Meller, la Polaire, La Bella Dorita, Yvette Guilbert, la Bella Otero, la Cachavera, Adelita Lulú, Tórtola Valencia, la Goya, Amalia de Isaura y cientos de heroínas de la modernidad transitan este libro. Lo transitan en escena y fuera de escena generando todo un paisaje cultural, un contexto riquísimo y lleno de las peores dobles intenciones dichas con al mayor de las galanterías.

Ni la sicalipsis ni el cuplé son fácilmente asibles. Híbridos, bastardos, desdibujados, mutantes, habitando un equilibrio inverosímil y una perpetua paradoja. Ambos unidos cautivaron a generaciones y construyeron la verdadera historia de esté país. Una historia llena de dobles intenciones, sentidos ocultos, disparates velados, y maravillas solo insinuadas. Por este libro circulan escritores indeseables, enemigos de los unamunos, demonios epilépticos, mujeres dandificadas, figuras de la bohemia, castizas chulescas, peinados cubistas, chulaponas con bastón y bastoneros con chichón. Marqueses gangosos, diseñadores aniñados, seudónimos inventados, noches eternas de disfraces en zonas sin ley ni tiempo, altares laicos y ataúdes forrados de amantes de papel.

Sonia Delaunay se cruza en la Plaza del Rey con las mujeres futuristas de En Plena Locura; en el Trianon estrena La Goya y con el tiempo Pepito Zamora viste de cubista a Gaby en el Petit Casino; Antonio de Hoyos y Vinent se emborracha con Tórtola Valencia, ella hace una danza improvisada frente al congreso; el Chantecler acoge a todos los expatriados que recalan en Madrid; los ultraístas se encuentran en el café Colonial; Rafael Cansinos Asens escribe cuentos sicalípticos, inventa el ultraísmo y traduce el Talmud con sus codos como garras en su mesa cerca del viaducto; la epifanía del arte nuevo cual rayo electrificado toca todas la almas sensibles del entorno de la Puerta del Sol; Ramón Gomez de la Serna anima a la Chelito a hacerse cupletista. Ellas compañeras de batallas para transformar a esa España aún oscura, como él mismo escribirá, portadoras de la luz y la electricidad, amantes de las bombillas y la velocidad, mujeres locomotoras que transitan las calles a una velocidad de vértigo cambiarán nuestro país a ritmo de machicha, de cakewalk y de foxtrot. Protagonistas reales de nuestra historia cultural y evitadas en cualquier relato al uso por hacer esa cosa que llaman baja cultura. Abrir cualquier revista o periódico de la Edad de Plata es encontrar a miles de mujeres que han desaparecido del relato como si ese miedo social de las primeras décadas del siglo siguiera anidando en los rincones más tétricos de esté país nuestro. Son esas otras, las otras, que fueron lo que realmente somos ahora. Todas sicalípticas.

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Gloria G. Durán en Radio 3