Dada la obvia negación de los derechos de las mujeres bajo las leyes burguesas, el final del siglo XIX verá implosionar el movimiento feminista tras un largo siglo de invisibilidad pública para las mujeres. Joan B. Landes, relaciona la génesis de este movimiento feminista con la caída de la mujer pública aristocrática. El paso del absolutismo francés a la sociedad burguesa implicará una radical transformación en la representación cultural. La caída del viejo patriarcado dará paso a una esfera pública estructurada bajo la rígida dicotomia de los géneros. Pese al carácter excesivamente personal y patriarcal del Antiguo Régimen, las mujeres de este periodo participaran y serán muy influyentes en los acontecimientos políticos y en el lenguaje público. Todas estarán totalmente despreocupadas de esto que vino en llamarse lo „apropiado de la vida doméstica“. Y aun más allá, dado que los derechos no se concebían como algo universal, la exclusión de las mujeres de los canales formales de poder no se consideraba como una particularidad excepcional, esta exclusión era algo que tanto hombres como mujeres compartirían en el Antiguo Régimen. La cuestión a explorar será pues la configuración ideológica que hará que las mujeres fueran silenciadas del discurso político y público. El feminismo de hecho surgirá de la mano de un discurso masculino amarrado a la domesticidad de la mujer y al silenciamiento de la mujer „pública“ tanto de la aristocracia como de las clases populares.
Si pensamos en la esfera pública es muy difícil ignorar su origen de género, o de sentido de dos géneros. Incluso podemos establecer un punto de etimología entre el género y la política. De acuerdo a O.E.D., el término latín poplicus – de femenino populus, más tarde el masculino populus, „people“ – parece haber dado paso a publicus, „bajo la influencia de pubes, en el sentido de „hombre adulto“ „población masculina“. Por una parte, nuestro término heredado „público“ sugiere lo opuesto a „privado“, aquello que pertenece a la gente en su conjunto, a la comunidad o a la nación, al bien común, a la opinión pública, a las cosas abiertas a la vista, y las cosas que pudieran ser compartidas y utilizadas por toda la comunidad. Lo público es lo que está abierto, es manifiesto, común, y bueno. Un hombre público es aquel que actúa en y para el bien universal; una cosa pública es lo que está abierta, la que se puede usar, compartir con los otros miembros de la comunidad (que no está restringido al uso privado de ninguna persona). Por otra parte, una mujer pública es una prostituta, una mujer común.
El revival moderno de la era clásica -comenzando en el Renacimiento, cuna de la Revolución Burguesa – investirá cualquier acción pública con un ethos definitivamente masculino. Este exitoso ethos será, curiosamente, compuesto, por el evidente repudio burgués hacia todo lo aristocrático, hacia su esplendor, hacia su artificio. En contraposición a esto se halagará, y buscará, lo natural, la transparencia, y la ley. Sin embargo la monarquía y la aristocracia estarán también enamorados del vocabulario clásico. En el sistema alegórico de la verdad favorecido por la aristocracia, era posible imaginar al rey como a un Hércules, como si no existiese diferencia entre los dos. En contraste a esto, la burguesía quiso representar el mundo no como pudiera parecer sino como realmente era. En su esfuerzo por representar la naturaleza humana encontraran un agradable modelo en el mundo antiguo, que parecía ofrecerles los valores de una simplicidad virtuosa y una nobleza natural. Así la estima burguesa por la verdad objetiva y la transparencia, y la significación directa no llegará tampoco sin adornos. Es más, los burgueses acoplaran lo que les pereciere interesante y apropiado del sistema de representación del Antiguo Régimen, aprovechando y utilizando ciertos elementos del clasicismo para su propio provecho.
En su predilecta versión del universo clásico, los hombres de la burguesía descubrirán un halagador reflejo de sí mismos – uno que imaginará a los hombres como políticos y a las mujeres como „naturalmente“ domésticas“. En las huellas de la tradición política y del mismo lenguaje, sin embargo, se ocultará cualquier posibilidad de una estructura política alternativa. Incluso hoy día, mucho después del descubrimiento de la „sociedad“ en textos de Hegel, de Marx, Comte, Durkheim, y Weber, las escuelas dominantes del pensamiento político norteamericano persisten en la celebración de un utópico mundo de la Antigua Grecia y Roma. Sólo recientemente el canon occidental ha sufrido un escrutinio por la crítica feminista, pero esta literatura está tan preocupada con una tasación del liberalismo que el profundo impacto del republicanismo en la construcción del discurso político moderno ha sido poco estimado.
En este contexto la contribución de Jí¼rgen Habermas a la teoría política y la historia política merece una consideración especial. Unos 20 años atrás publicó „LA Transformación Estructural de la Esfera Pública“. Mediante una inmanente crítica, Habermas lleva a la sociedad liberal a sus mismos orígenes y a sus prácticas instituyentes. Argumenta que el surgimiento de una esfera pública democrática fue central para la modernización de la sociedad de la última parte del siglo XVIII, pero que la comercialización, la burocratización, y la „industria cultural“ limitaran progresivamente el margen de acción de un público supuestamente autónomo. El libro tuvo un alcance inmenso tanto en la academia como en la política alemana. Sirvió como una inspiración directa para la German New Left, y abrió un debate que aun hoy está abierto. Tanto en Alemania como en la Europa Occidental su impacto podría compararse al de Max Weber y su tesis en torno al protestantismo y al espíritu del capitalismo. Lo que Weber había hecho para la historiografía social y económica del siglo XVII, Habermas lo hará para la sociología histórica y la historia cultural de finales del siglo XVIII y XIX.
La esfera pública se concibe en el libro como una categoría burguesa, una organización social compartida constitutiva de la sociedad moderna. Hegel había ya establecido el tripartito de familia, sociedad civil y estado. Pero Habermas reconstruirá una cuarta categoría de la organización social, una mediante la cual tanto la política como la cultura han sido organizadas en la era moderna. Mostró como las sociedades modernas incorporarán una dimensión pública. El „Público“, como una asociación informal de individuos privados orientados para el interés general, servirá para mediar entre la economía, una red de relaciones intergrupales y el estado (incluyendo nuestra misma comprensión de la representación pública). Abrirá nuevas líneas de investigación en torno a la misma categoría y a su necesaria reconceptualización, o mera búsqueda: porque el casi autónomo público de la era burguesa ha sido progresivamente colonizado e integrado por agencias civiles y por el mismo estado.
El su „Teoría de la Acción Comunicativa“, Habermas adoptará un discurso en torno a la esfera pública menos historicista y más formal. Su tesis ha sido desde entonces enriquecida y desplazada. Si el público es una categoría fundamental no puede ser tan fácilmente borrado del mapa. Otros escritores alemanes han comenzado a examinar el surgimiento y la transformación de los „contrapúblicos“, tanto los revolucionarios como los reaccionarios. Sus estudios han dado pie a otros muchos debates, en torno a la esfera pública „proletaria“ y a la „fascista“.
Mientras tanto los historiadores franceses y los críticos también, investigarán fenómenos relacionados con este público del que habla Habermas. Siguiendo la referencia marxista de los „representantes políticos y literarios“, Habermas (y Peter Hohendahl) han visto el público como una formación tanto política como cultural. Los investigadores franceses indagan los aspectos culturales, con referencia a un más amplio espectro de representación simbólica (teatral, gráfica, científica, literaria, periodística, y política): Postularán una unión entre el racionalismo del primer pensamiento moderno y las cada vez más eficaces formas de control y de poder sobre las vidas de los individuos que los estados modernos fueron desarrollando. Los debates franceses retarán el argumento algo „utopista“ de Habermas sobre la esfera pública clásica burguesa. Aunque no emplean la categoría habermasiana, serán sin duda relevantes para el engrandecimiento de su iniciativa.
Por su amplia diversidad, la „post-historia“ de la transformación estructural falló a la hora de levantar un reflejo extendido de lo que parecía serían los dos aspectos más cruciales de la formación del público moderno – la relación de la esfera pública con las mujeres y con el feminismo. Landes focalizará su discurso precisamente en estos dos aspectos. Con ello re-direcciona la entera discusión: Argumentará que la exclusión de las mujeres del público burgués no fue algo incidental sino más bien un punto crucial, y que, la teoría feminista y la práctica feminista ha proporcionado unos puntos de vista ventajosos desde los que re-considerar el surgimiento de la esfera pública burguesa. Al reconsiderar la esfera pública desde el punto de vista de las mujeres (tanto reales como representadas, tanto feministas como otras) y de las feministas (no todas mujeres) me propongo establecer una revisión significativa de la tesis inicial de Habermas y de sus ulteriores revisiones. Digo que el público burgués es esencialmente, y no contingentemente, masculinista, y que tal característica sirve para determinar tanto su auto-representación como su subsiguiente „transformación estructural“. (….)
Continuará