Lo que es más importante para mi en mi trabajo es que a cierto nivel psicológico todo lo que experimentamos queda almacenado y afecta al modo en el que experimentamos el mundo en el futuro. Cuando me veo enfrentado a ideas preestablecidas, entro en este proceso. La experiencia va haciendo su trabajo durante bastante tiempo. Cuando se va suavizando la experiencia, mi comportamiento va a variar en ciertos aspectos – aunque sea incapaz de asociar el cambio a una experiencia en principio desagradable, inquietante y vergonzante. La próxima vez que me enfrente a una situación parecida, mi comportamiento será más afinado y seré más capaz de responder en un modo más sensible y considerado. Ese es el punto en el que, psicológicamente, puedo permitir al proceso de auto-escrutinio emerger a un nivel consciente. El entero proceso de catarsis tarda más en unos individuos que en otros.

La confrontación tiene efectos terapeúticos y catárquicos. Los cambios afectan a las personas mucho más allá de la forma racional en la que evaluen la experiencia. O al menos así­ me gustaría pensarlo. Parte de lo recalcitrante del racismo para las soluciones polí­ticas es que el racismo no es tan solo un problema político es también un problema personal, y está tan arraigado en la psicologí­a personal más profunda como cualquier otro problema relacionado con las relaciones personales o con las profesionales. Hasta que no estemos preparados para adueñarnos por completo de nuestra inversión emocional en la perpetuación del racismo, no podremos salir de él.

Yo lo que quiero realmente es cambiar a la gente. Quiero que mi trabajo ayude a la gente a dejar de ser racista (tanto si piden esta ayuda como si no la piden). Tal y como algunas pelí­culas o los grupos de encuentro pueden cambiar a la gente también, quizá, lo pueda hacer mi arte.

Hay algo en Adrian Piper que la situa entre un terreno, el artista excepcional dueño de una superior sabidurí­a que quiere, se obstina, o bien en dejar al público shockeado y anulado, o bien en cambiarlo con cierta idea salvifica. Sea como fuere, el público, tal y como está, no le vale. No le vale a ella, tampoco a una larguí­sima tradición vanguardista. Por otra parte, y partiendo de la base que el racismo está de hecho arraigado en lo más profundo de nuestra conciencia, es del todo admirable que Piper consiga levantarlo de su escondite y hacer que se haga presente a otro nivle, un nivel este que permita que nosotros podamos hacerle frente.

Lo que a mi me interesa de Piper es que adelanta las futuras piezas en las que la discusión de ciertos problemas, podrí­a ser el problema del racismo claro, son la obra de arte en sí­. Ella se situa en un in-between, porque sin llegar a estar en la lí­nea de los Community Artists (cierra sus propuestas solita en su estudio tras un largo periodo de reflexión, quiere cambiar el mundo con una acción, o un objeto o un texto y, sobretodo, concibe al espectador como alguien que no está en lo correcto y al que sin duda, hay que cambiar) aboga por cierta acción social colectiva para un mejoramiento del mundo.

Crecí­ como una estudiante que creí­a en el poder redentor y progresivo de la vanguardia. Supuestamente habrí­as de romper moldes y llevar los medios hacia nuevas direcciones. Aunque siempre me recordaban que tan sólo unas pocas direcciones eran aceptables institucionalmente, y que no habrí­as de indagar en ninguna otra dirección que cuestionase o cambiase el modo en el que esos „poseedores de la llama“ viví­an sus vidas realmente. Todo ese sinsentido de mantener al arte separado de la polí­tica no es nada más que una demanda de mantener al arte al margen de cuestiones personales, donde por supuesto lo político reina en todas las relaciones. La demanda de mantener la polí­tica fuera del arte es realmente la demanda de mantener al arte fuera de la vida real de las personas. Pero si al arte no le está permitido dirigirse hacia, y cambiar las, condiciones de la vida real, no le encuentro el interés (el punto).

Maurice Berger
„Interview with Adrian Piper“
Grant H. Kester, edt: Art, activism, and Opposionality. Essays from Afterimage. Duke University Press, 1998

Nos enfrentamos una vez más a un acotado campo de juegos vanguardista que parece que se diseñó desde el mismí­simo origen de la palabra vanguardia. Salirse del campo tiene sus riesgos. Si el campo no se amplia tampoco hay visibilidad. Si no hay visibilidad no hay repercusión social. Si no hay repercusión social no hay posibilidad de cambio. ¿Atrapados en pequeños cenáculos de resistencia?