Arthur Cravan, sobrino de Oscar Wilde
Quisiera estar en Viena y en Calcuta.
Tomar todos los trenes y todos los navíos,
Fornicar con todas las mujeres y engullir todos los platos.
Mundano, químico, puta, borracho, músico, obrero, pintor, acróbata, actor;
Viejo, niño, estafador, granuja, ángel y juerguista; millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo;
Cobarde, héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino, cazador, industrial,
Fauna y flora:
¡Soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales!
¿Qué hacer?
Probaré con el aire libre,
¡Quizás ahí podría prescindir
De mi funesta pluralidad!»
„Hie!!“ Arthur Cravan
Solía aparecer, en varias de sus conferencias en torno al arte, borracho como una cuba. Se dedicaba a bailar, a boxear, a desnudarse y a despotricar del arte, muerto bajo su criterio, y de los artistas, una pandilla de aburridos pintamonas. Al final, normalmente, el circunspecto público se levantaba airado y estallaba el escándalo y, a menudo, los golpes, terminando todo con la intervención de la policía.
Se pintaba frases obscenas en el cuerpo y en la ropa y escandalizaba a la burguesía con su conducta violenta, irreverente y nihilista. Anunciaba la muerte del arte y advertía que, o bien tomábamos la vida, lo único y último que quedaba, o al final no quedaran más que artistas y ni un sólo hombre.
Quizá previó lo que anda ahorita ocurriendo.
„Pues es muy sencillo: si escribo es para hacer rabiar a mis colegas; para que hablen de mí y hacerme un nombre. Con un nombre se triunfa con las mujeres y en los negocios. Si yo fuese tan famoso como Paul Bourget, me exhibiría todas las noches en taparrabos en alguna revista musical y les garantizo que se agotarían las entradas. Además mi pluma puede darme la ventaja de pasar por un enterado, que a los ojos de la multitud es alquien envidiable porque es casi seguro que no habrá más de dos personas inteligentes que visiten el salón.“