“Suena Edith Piaf. Es muy triste. Su voz es muy triste. Hay fatalidad en su voz. Y en su vida.

Siempre me pregunté si una voz puede resumir todo el drama de toda una vida. Me lo pregunto porque escribo. Y en la escritura no se oye nada. Tampoco se huele nada. ¿O sí? Me gustan los textos que rezuman, sudan, los textos que suenan y que manchan. Esos textos que te llevan lejos. Más allá, mucho más allá de lo que te haya tocado vivir, sea esto lo que sea. Textos fatales. Vidas fatales o pretendidamente fatales. El lenguaje inflamado de la fatalidad. La fatalidad con mayúsculas. Siempre, por supuesto, en blanco y negro. Porque, y no se muy bien por qué, el dandy murió cuando llegó el color, el technicolor para ser precisos. Larra era en blanco y negro, y Baudelaire, Balzac, Gautier, Huysmans, Villiers, los Goncourt, Djuna Barnes, la Baronesa, Alfred Jarry, Jacques Vaché, Arthur Cravan. Incluso Warhol es más dandy en blanco y negro, es dandy solo en blanco y negro. Burroughs, Nugent y Diaguilev.

Hasta la yo* Florine Stettheimer en su única fotografía es blanco y negro. Hay un grabado de Brummell a color, el color le hace, hasta al mismísimo Brummell, perder empaque, solemnidad, contundencia y, por supuesto, fatalidad. Se desluce. Se vuelve caricatura. Ya ni parece un dandy, ni tan siquiera él, el que fuera el primero, y para muchos, el más perfecto ejemplo, el inaugural, de la secta de autoelegidos dandys. El camp, o el dandysmo moderno, ya no es igual. Es multicolor. Es estridente. Exagerado. Pretencioso. Me gusta. Pero ya no es lo mismo. Pesa más en él la imagen que la palabra. Y eso es uno de los síntomas de la muerte del dandy. Comienza la broma, va creciendo y aplasta toda “incertitud”, que diría mi amado Rafael. Pierde, en suma, la pura esencia. Ya no es nada.

Hay que escenificar pero desde la desintegración total. La desintegración narrada siempre es más auténtica que la vista, tiene más brillos. Uno no puede hacerse una foto desesperada y luego irse de compras. Uno no puede resumirse en la engañosa imagen. Mutante y resbalosa. De lycra. Puede, pero ya no es igual. Hay que quedarse en casa, o no quedarse en casa, pero hay que, y esto es lo más importante, llegar hasta el final, cueste lo que cueste y duela lo que duela. Si no, uno ni es dandy ni es nada de nada. yo Djuna, que era pelirroja, cuando tan solo tenía veinte años estableció lo que, bajo su agudo criterio, sería una muerte digna y distinguida. Uno muere como vive y para remarcar la excepcionalidad, uno debe morir con elegancia. Escribió su protocolo decía porque había encontrado muchos protocolos para el arte de saber vivir, pero pocos, tal vez ninguno, para el más supremo arte de saber morir. Ella, que se hacía llamar, cuando no quería ser reconocida, Lydia Steptoe, definió la muerte apropiada para cada color de pelo. Ella que tenía el pelo caoba habría de seguir el dictado que su alter ego había dispuesto para las pelirrojas. Reclusión. Con tan solo cuarenta años, y hasta los noventa y seis que murió, Djuna permaneció precintada en su minúsculo apartamento de Patchin Place, en pleno corazón de Nueva York. Fue fiel a sus propios dictados. Hasta el final. Cueste lo que cueste. Creo que tendría dieciocho años, o algo así, cuando decidí llevar una vida espartana y disciplinada, cuando decidí imponerme una estricta dieta. Una dieta de alimentos, de tiempos, de encuentros. Una dieta incluso de palabras. La dieta me prohibía, tácitamente, ingerir harina, azúcar o alcohol. Si me saltaba mi terrosa cotidianeidad, esto es, si tomaba harina, o azúcar o alcohol, debía permanecer uno o dos días sin alimentarme en absoluto. Solo agua.

Así si me emborrachaba, cosa rápida dada mi parca alimentación, había de, por mi misma imposición, no comer nada de nada, nada en absoluto en un par de días. Esa era la regla. Y era inquebrantable. Hacerme una solitaria semiascética en un entorno que, paradójicamente, estaba perfectamente regulado por esa gran cosa que se llama “normalidad”. Una normalidad que me negaba, desde lo más profundo de mi ser, a acatar, pero que me saltaba, con total sutileza, en las narices de sus guardines molestando sin que se notase mucho. Sin rupturas. Sin fracturas. Una lenta descomposición por decisión propia. Eso es la base de todo el sistema. La clave diría yo. Componer tus propias reglas para, si llega el caso, darte el placer aristocrático de saltártelas. Desde que la Marquesa de Merteuil, el más perfecto dandy a decir de Baudelaire, afirmara “soy el producto de mi propia decisión” nada ha sido más importante para todos los dandys, los que lo son siempre, los que lo son por un tiempo, los que escriben sobre otros que son y se hacen sin saberlo; nada, digo, ha sido más importante que eso. Seres u objetos de arte, o una mezcla, dispuestos a llevar a término todas y cada una de sus decisiones. Cueste lo que cueste. Hay que decidir cómo vivir, hay que calibrar cómo caminar, cómo saludar, a quién saludar, cómo debe uno de hablar, si debe hacerlo y cuándo, cómo yo alimentarse, por supuesto, cómo vestirse. Cómo relacionarse, cómo no amar y simular hacerlo, cómo mirarse en los demás y, también, cómo morir al día. Además, medir cada acción prediseñada y decidida de antemano. Hacer cada cosa bien reflexionada, calibrada, medida y ajustada al escenario. Luego sopesarla, juzgarla, volver a ajustarla, perfeccionarla y mejorarla. Toda una vida regida por eso que Félix de Azúa etiquetó de “enfermedad de macrocefalia”.

Todos los dandys padecen de eso, de macrocefalia. Pasó el tiempo y fui haciéndome cada día más y más pequeña. Me compacté, comprimí y estreché. Encogí, creo. Pese a todo no tenía ni la más mínima intención de renunciar a mi credo. Cuanto más me acosaban, para que siguiese la supuesta perfección de una supuesta jovencita de clase media, más me obstinaba en seguir los dictados de mi propia norma. Norma que era solo mía y que no estaba dispuesta ni a desvelar ni, muchísimo menos, a abandonar. Yo continuaba mientras los otros, salvaguarda de la moral y las buenas costumbres, se afanaban en disuadirme de mi, según ellos, extraño comportamiento. No era especialmente bella, puedo afirmarlo, es más, creo que no era bella en absoluto. A conciencia no reflejaba en mi menudez signo alguno de la estandarizada belleza. En marzo del 91 me metí en una peluquería y rematé el sacrilegio. Rasuré mi larga melena rubia. Para mí una inyección de energía, para otros un castigo decidido. Cuando mi hermana abrió la puerta de la casa sonó un aplastante, y alarmado, Auschwitz!!!, lo que a todas luces era un triunfo para mis propósitos. Pesaba en torno a los cuarenta kilos y llevaba la cabeza rapada. ¿Puede haber algo más bello para una jovencita de diecinueve años? La militancia de mi espartana regla me andaban conduciendo exactamente adonde, luego lo supe, siempre quise estar.

A ese lugar “entre”, fronterizo, en el extrarradio, ni fuera ni dentro. Un lugar sin raíces, una posición arrancada de tierra firme o de lugar fijo. Lapidada. Uproot. Separada, a conciencia, de la gran fiesta social. Espacio liminal, tierra de nadie. Atrapada en el centro de ti misma y demasiado pegada a tu cuerpo para abandonarte ni un solo segundo. Análisis. Disección. Concienzudo estudio de ti. Estado de alerta. Mutación de la identidad. Variaciones. Gamas. Desfile de máscaras. Nada de sueños, nada de colores, nada de azúcar, nada de harina, nada de alcohol. Decidida norma hacia la decidida fatalidad. Eso, creo yo, es una actitud en dandy.

Y esa actitud, cueste lo que cueste, la tuve yo hasta que mi poética fatalidad se dio de bruces con el completo cuerpo de medicina psiquiátrica del hospital Puerta yo de Hierro de Madrid. Luego hube de conformarme, o eso creen ellos, perdida ya mi primera gesta, con una vida supuestamente mediocre compensada con algún destello que otro, tan solo de vez en vez, de disidencia controlada.

Introducción “Dandys Extrafinos” de Gloria G. Durán.

Capítulos:

  1. Dandysymas:  Crossdressing, Dandysymas, John & Peter, Barnes & Brooks, Elsa, Florine & Rrose,
  2. Vanguardia: Djuna Barnes, Marketing de hornacina, Alejandro Sawa, Paul Arabian, Arthur Cravan,
  3. Cincuentas y setentas: Campys y Dandys, Jacky under my skin, Burroughs, Bowie & Warhol, Hipsters, Beat, Bird and Mr. B. Demonios Folk. Mods vs. Rockers,
  4. Final con superviviencia: Performeras setentonas, La Emin, Gilbert & George, Tony Manero, Jeff Koons del dandy al cowboy.
Dandys Extrafinos
Gloria G. Durán

Papel de Fumar Ediciones
Edición Colección Infumables: Francisco Jurado Chueca / Gloria G. Durán
Diseño de cubierta y maquetación: Chus Margallo
ISBN: 978 84 615 3664 1
Impreso en España
Madrid Octubre 2011