(…)

Quisiera estar en Viena y en Calcuta.
Tomar todos los trenes y todos los naví­os,
Fornicar con todas las mujeres y engullir todos los platos.
Mundano, quí­mico, puta, borracho, músico, obrero, pintor, acróbata, actor;
Viejo, niño, estafador, granuja, ángel y juerguista; millonario, burgués, cactus, jirafa o cuervo;
Cobarde, héroe, negro, mono, Don Juan, rufián, lord, campesino, cazador, industrial,
Fauna y flora:
¡Soy todas las cosas, todos los hombres y todos los animales!
¿Qué hacer?
Probaré con el aire libre,
¡Quizás ahí podrí­a prescindir
De mi funesta pluralidad!»

“Hie!!” Arthur Cravan

Poeta, boxeador, conferenciante, crí­tico de arte, sobrino de Oscar Wilde, desertor, bohemio, provocador nato, fanfarrón, engreí­do, soberbio, capaz de desafiar al campeón mundial de los pesos pesados, Jack Johnson, en un combate en Barcelona que acabó con Cravan en la lona en el primer asalto.

Solí­a aparecer, en varias de sus conferencias en torno al arte, borracho como una cuba. Se dedicaba a bailar, a boxear, a desnudarse y a despotricar del arte, muerto bajo su criterio, y de los artistas, una pandilla de aburridos pintamonas. Al final, normalmente, el circunspecto público se levantaba airado y estallaba el escándalo y, a menudo, los golpes, terminando todo con la intervención de la policía.

Se pintaba frases obscenas en el cuerpo y en la ropa y escandalizaba a la burguesí­a con su conducta violenta, irreverente y nihilista. Anunciaba la muerte del arte y advertía que, o bien tomábamos la vida, lo único y último que quedaba, o al final no quedaran más que artistas y ni un sólo hombre.

Quizá previó lo que anda ahorita ocurriendo.

Pues es muy sencillo: si escribo es para hacer rabiar a mis colegas; para que hablen de mí­ y hacerme un nombre. Con un nombre se triunfa con las mujeres y en los negocios. Si yo fuese tan famoso como Paul Bourget, me exhibirí­a todas las noches en taparrabos en alguna revista musical y les garantizo que se agotarían las entradas. Además mi pluma puede darme la ventaja de pasar por un enterado, que a los ojos de la multitud es alquien envidiable porque es casi seguro que no habrá más de dos personas inteligentes que visiten el salón.”