Desde los años sesenta hemos asistido a miles de formas de participación en el arte; ha habido enloquecidos bailes de catarsis colectiva; ha habido garage sales; hemos podido asistir a orgí­as homoeróticas; hincharnos a cervezas gratis, nos han invitado a comer por la cara, hemos podido irnos a correr por prados infinitos, nos han puesto a discutir de filosofí­a sin tener zorra idea de filosofí­a, nos han enseñado a plantar cactus, hemos podido asistir a debates dadaí­stas“¦ desde los años sesenta algunos artistas, que parecían querer dejar de serlo, están empeñados en hacer participar a eso que ha venido en llamarse “público””¦. Esto, como todo, tiene una larga tradición, los surrealistas invitaron a los parisinos allá por el 21 a asistir a un entierro con su caracterí­stico humor negro, sus padres los dadaí­stas recitarán sus facturas de la luz como acto de comunicación básico, los soviéticos simularan la toma del palacio de invierno con más de 8000 “participantes“, Bertolt Bretch esperará intervenciones espontáneas, la Baronesa Elsa y Reina del dada neoyorkino, empleaba todo sonido cotidiano en sus poemas y los situacionistas se las pasaban tomando pastis por acá y por allá, por los márgenes de la ciudad, integrando sus piezas en su vida o lo que es más claro, haciendo de sus propias vidas una pieza de arte, pieza está en la que el “público” estaba, lo quisiera o no, integrado“¦.

Hacer de tu vida tu obra, equiparar el arte a la vida, tampoco es nuevo”¦ se remonta a aquel tiempo en el que tiempo era una cosa bien diversa de lo que es ahora. Para Aristóteles la vida de una persona estaba dividida entre el trabajo, el descanso y el ocio. El trabajo y el descanso completarían el ámbito de la necesidad, el ocio saldrí­a de esta necesidad. El ocio será el “pararse”, el contemplar y el dedicarse al cultivo del espí­ritu, y será, por otra parte, la dedicación básica encargada de marcar la diferencia entre el “vivir” y el “vivir bien” o entre el “vivir” y el “saber vivir”. Precisamente aquellos que se “doctoraron en este arte de saber vivir” abrirán la brecha a una larga tradición de “tecnócratas del yo”, o lo que es lo mismo, de maestros en el arte del “cultivo de sí­”.

Como no, los artistas, que siempre han sido un poco pillos, decidirán diplomarse en esta táctica de resistencia precisamente cuando el naciente mercado del arte les exigirá hacerse útiles, productivos y encontrar un lugar en una nueva estructura social capitalista. Agobiados ante tal soez futuro decidirán separarse de la masa que les rodeaba y dedicar su vida a la ociosidad más plena, esto es, a hacer algo que no cumpliera ni uno sólo de los requerimientos que el buen burgués les exigí­a. Decidirán, al cabo, adscribirse a la “clase ociosa” y hacerse auténticos “aristócratas de intemperie” o “aristócratas del espí­ritu”.

Estos “consumados ociosos” han sido leí­dos, para la tranquilidad de todos, como individuos diversos al común de los mortales, unos tipos curiosamente excepcionales, algo molestos pero inofensivos. De hecho, y hasta ahora, hemos leí­do al artista como un ser “rarito“, que se mueve a contracorriente, que es excepcional, que manipula un lenguaje que nadie entiende, que tiene una visión de un cierto “más allá” siempre mejor que el “más acá”. Un artista a la romántica, bien si decidiera ser bohemio, un poco guarrete y dejado, o dandyficarse, y ser elegantemente descortés, fue aquel inflamado de “individualismo” capaz de resistir la corriente general por cabezonerí­a o decisión, capaz de llevar una vida de “perfecto ocioso” en el que tan sólo la génesis de “sí­” y de toda suerte de “inútiles” obras de arte justificarían una vida que nadie tacharía de “holgazana” sino de “sacrificada a la elevada causa del arte“”¦. En tal caso, y si creyésemos todo lo que leemos creerí­amos que los artistas son una pandillas de egos hipertrofiados que poco o nada han hecho, o han querido hacer, por cambiar panorama social alguno”¦ o, como dirí­a Albert Camus, que son rebeldes metafí­sicos, amenazando con una revolución que jamás acometerán”¦.

Bien, si nos creemos todo esto, todo va bien, siempre y cuando seamos concientes que los discursos no son más que constructos de lo que el mainstream nos ha querido vender”¦ claro que viene mejor desactivar a los artistas, mira que si se difunde su modo de vivir, mira que si a la gente le da por aprender, por alimentar el espí­ritu, por llevar una vida contemplativa”¦ mira que si le da por pararse, por escuchar, por hablar para entenderse, por desarrollar rarezas, por liberar a todos los objetos de su condena mercantil, mira que si le da al mundo por dejar de comprar, por cuestionar todos y cada uno de los valores que se dan por inamovibles, mira que si se pone todo el mundo a criticar, mira que si le da a la gente por hacer uso público de su razón, por hablar, por expresar su opinión”¦ mira que si todo el mundo empieza a reclamar un hueco para su voz y un lugar desde que alzarla”¦. Mira que si todo el mundo, lo que llamamos el “general public va y le da por ser “OCIOSO”, en el sentido griego del término”¦.

Al cabo lo que nos valdrí­a preguntarnos es por qué este “arte de saber vivir” que ahora si quiere ser compartido, no lo ha querido siempre. Lo que nos quedaría preguntarnos es por qué ahora se permite a los artistas, se nos permite vamos, ponernos a hacer participar a todo quisqui de este gran arte, y poner a todo el mundo a conversar, y preguntar a todo el mundo, y montar comilonas y orgí­as, y saraos de todo pelaje”¦ por qué hay como un prurito de simular una vida hecha desde el enriquecimiento mutuo en lugar desde el shock permanente”¦ Quizá ha llegado el momento de mosquearse un poco, por qué lo que Spinoza ya escribió a finales del siglo XVII, nos vale ahora para justificar nuestro trabajo sin ser tachados de herejes y peligrosos disidentes”¦

Nosotros que somos peta zeta hemos querido trabajar desde una primera conversación hecha de escuchas, desde una búsqueda de pasiones alegres, desde una localización de un “común” que desde su base tiene que ser un “buen rollista“”¦.

Lo que nos mosquea, aunque hayamos trabajado dando mucho peso y mucha trascendencia a nuestro posicionamiento, es por qué a nosotros los artistas que siempre hemos sido un poquito parecidos ahora va y se nos deja jugar a esto de la propagación de nuevos modos de vida, de nuevas vías de relación, de nuevas soluciones a esta cosa extraña que es estar en este extraño mundo”¦.

Lo que nos inquieta es que aun seamos capaces de escribir en torno a un arte, el de pararse, y a un modo de vida, que es escuchar, que a todas luces no somos capaces de llevar a término con coherencia, que a nadie va a permear y que, la verdad, pocos cambios va a provocar”¦.

Solo nos queda, sin embargo, desde ese mismo “mosqueo” intentar re-leer la historia del arte como nos parezca bien, reí­rnos un poquito de nosotros mismos y esperar que, al cabo, aunque no vayamos a variar el ritmo absoluto de los acontecimientos, al menos enriquezcamos un poquito la vida de nuestro “querido público” y descubramos algún que otro modo de relacionarnos.