Quédese en casa y lea libros, le aconsejaba Kant a un amigo aventurero que se disponí­a a viajar.  Importa el viaje, pero también importa el mapa de nuestros afectos, y nuestras afectos pueden ser personas pero también pueden ser cosas, y pueden ser ideas, y pueden ser situaciones. Y la situaciones hay que vivirlas y dejarlas pasar, preservar algo pero no todo pero nunca, bajo ningún concepto repasarla una y otra vez, otra vez y otra. Si no uno no viaja sino que permanece, duerme donde puede y como puede, mal come y bebe sin parar. Y eso ni es viajar ni tan siquiera vivir, porque vivir puede, es, viajar, aun en casa y aun rodeada de libros.

Y esto escribo porque le acabo de enviar a mi gran Paco este fragmento de Vila-Matas, en dietario voluble:

Eran las ocho y cinco de la tarde y yo seguí­a lidiando con la aparente monotoní­a del momento hogareño. Después del mensaje de Casas Ros, me había puesto a releer el libro de Rick Moody, cuya exhibición de talento me había dejado fascinado. Sonó el teléfono. En el contestador reconocí­ la voz de una amiga y descolgué. La amiga y su hija llamaban porque estaban en la tumba de Herman Melville en Nueva York. Una casualidad sin duda. Imposible no tener en cuenta que Melville le dedicó la novela Moby Dick a su amigo Hawthorne. Pensé que el salón de nuestra vida cotidiana puede ser una gran central de azares. Y de contrates. Porque si en Barcelona había caí­do ya la noche, en el cementerio de Woodlawn, en el Bronx, el día era soleado y fresco, con brisa marina. Y si la monotoní­a del momento era tan solo aparente se debí­a a que yo era consciente – de acuerdo con Magris en el prefacio a El infinito viajar- de que precisamente en el espacio doméstico, en el hogar, es donde el viajero empedernido se juega realmente la vida, la capacidad o incapacidad de amar y construir, de tener y dar felicidad, de crecer con valentía o agazaparse en el miedo. Dicho de otro modo: la casa es el lugar central de nuestro mundo; es el lugar de la pasión más fuerte, en ocasiones devastadoras -por la compañera de tus días, por ejemplo -, el lugar de la pasión que nos cala sin miramientos.

Y luego descubrí que Magris podía haber titulado su libro “El infinito vivir” y los caminos que nunca han de recorrerse de nuevo de los afectos, que serán, digo yo, afectos a la Spinoza, esto es, pasiones tristes y pasiones alegres. las pasiones tristes hay que sacarlas de casa y las alegres hay que vivirlas y no querer re-vivirlas eternamente, porque en tal caso, se tornarían de nuevo tristes.

Y luego dice también: “La historia “sostiene en el prólogo “no está hecha sólo de lo que ha acaecido… sino, como quiere Musil, de las posibilidades, las potencialidades concretamente latentes en un situación determinada, de lo que en un momento dado era o es posible”.