Tony sale con un bote de pintura en una mano de un taller. Lleva un pantalón perfectamente medido y algo acampanado, negro. Unas botas lustrosas, rojas. Una camisa de tremendos cuellos también rojos. Una chupa de cuero negra bien ajustada, y, lo más importante, un caminar estilizado y saltarí­n. De vez en vez se mira en los escaparates para comprobar que su discreto y controlado tupé está donde debe de estar. Sigue el desplazamiento danzarí­n y empieza la música. — “Staying Alive,” written and performed by the Bee Gees

You can tell by the way I use my walk,
I’m a woman’s man, no time to talk.

Curiosidades de la vida, o paradojas del sistema. Se construye, o se muestra un Face, esto es, un tipo que cuida su imagen hasta el extremo, una imagen, eso si, que debe ir en contraposición directa al vulgar aspecto de los demás, los faceless others, los millones y millones de adolescentes que habitan en la inmensidad de los Estados Unidos. Los Faces no son más que herederos de esa secta de voluntarios descastados que surgirán en el siglo XIX, los dandys. Pero los Faces, productos de una cultura de masas, tienen ciertas diferencias con sus originales padres. La más importante será, sin embargo, la sociedad frente a la que se rebelan con sus modos, sus maneras, su caminar, su pose y su slang. Los Faces eran ingleses, los primitivos dandys, también. Y Tony y sus amigos, que no son más que Faces amortiguados, dejarán de serlo, o lo serán de otra manera, cuando la pelí­cula, Saturday Night Fever, acabe.
Paradojas de la vida, la industria americana es capaz de presentarnos un tipo que busca diferenciarse a toda costa para asimilarlo de tal modo que, desde entonces, lo que mole sea, precisamente, diferenciarse. Curiosidades de la vida, el sistema que hasta ese momento había sostenido de modo eficaz los medios de producción, el fordismo, está en crisis. La sociedad, o el modelo de sociedad que había sostenido ese sistema, y la mentalidad que hubo que crear para sostener ese mismo sistema, está llegando a un callejón sin salida. La fórmula del taylorismo, la mecanización y la rigidez en los sistemas de contratación, unidos a la crisis del petróleo del 73, darán al traste con la idea de sociedad, con el modo de regulación establecido hasta ese momento. La solución buscada habrá de pasar, precisamente, por cambiar sustancialmente esos mismos modos de regulación. Esa crisis obligará al mercado a flexibilizarse y en esa flexibilización se exigirá al consumidor que sea “glamouroso” que cambie, que sea estiloso, que tenga una tostadora morada y unos escarpines verdes. Las nuevas cadenas de montaje sólo se sostendrí­an si el ciudadano medio claudicaba a su uniformidad y se lanzaba a un consumismo feroz bajo la batuta de la obsolescencia programada.
Con esta tesitura surge Tony, que es Vincent, un tipo que tiene catorce camisas de flores, cinco trajes de chaqueta, ocho pares de zapatos de plataforma de colores, y una docena de pantalones, con una leve campana y draméticamente ceñidos a las caderas. Además Vincent reina en un lugar acotado y codificado, reina en el Odysse 2001, una discoteca que habré sólo los fines de semana, y durante las horas en las que, todos los habitantes de ese micro mundo temporal, van en sus ratos de “reproducción”, esto es, esos tiempos en los que uno tiene la obligación de expandirse para recuperar las fuerzas requeridas para su jornada de la semana. Se están cambiando los usos en el consumo, se exige explotar el tiempo en el lucimiento de uno mismo y en la recreación de un personaje temporal que le de a uno el sueño inalcanzable de una supuesta libertad que, a todas luces, no existe en absoluto. Vincent, además es Italiano, de segunda generación y América necesita a estos Italianos, quiere que se integren. Ellos sí­, que son blancos, los Puertoriqueños, que también están, y son marrones, se ven menos y los negros, pierden el concurso. Hasta en el Odysse todaví­a hay escalas y jerarquí­as. Bien que entren los Italianos pero una cosa es una cosa y lo demás siempre es too much.
Al final el rey de la pista sucumbirá se enamorará montará una familia vivirá con la sombra espectral de lo que había sido y se comprará nueva lámparas, nuevas cafeteras, otros escarpines y muchos discos. Irá, de vez en vez, a la discoteca, a bailar como todos los hacen, respetando los códigos heterosexuales que allí­ rigen. Porque el género, la danza y la cultura se entrelazan e imbrincan, y en una larga tradición ha sido el hombre el que saca a bailar a la mujer, el que fí­sicamente ha soportado a la mujer. El hombre ha determinado el ritmo y el estilo en la relación y la mujer ha seguido a su lí­der. No tiene desperdicio en este sentido la sentencia de Nik Colh, el autor del artículo que dará origen a la pelí­cula, “Tribal Rites of the Saturday Night Fever”

Habí­a chicas. Pero no podían ser Faces, no verdaderas Faces. A veces, si una chica tenía suerte, un FACE la podrí­a elegir entre la masa y elevarla, por su gracia, al estatus de compañera, incluso podrí­an casarse laguna vez. Pero era un caso raro. En general, la función de las mujeres era simplemente estar disponibles. Decorar los pasillos y las taquillas, rellenar la pista de baile. Hablar solo cuando alguien les hablase, apartarse si alguien les pedía que se apartasen, y luego desaparecer. En pocas palabras, obedecer y no montar numeritos.

Durante los sesenta pareció que algo estaba cambiando en esta larga tradición, pareció que la danza y los rituales sociales llegarían a cierta idea unisex, pero, la crisis del fordismo y la del petróleo darán la vuelta a las expectativa y cuando Saturday Night Fever se estrenó y se hizo hit comercial en la década de los años 70 quedaba claro que, si ningún genero de duda, que ese mundo unisex jamás llegaría a triunfar ni a hacerse realidad. Vemos en cambio una vuelta completa a las normas de danza comportamiento y cultura que había existido antes de los experimentos unisex de los finales años 60. El hombre le pide a la mujer que salga a bailar. El hombre sostiene a la mujer. El hombre establece el ritmo y el estilo del baile. El hombre es el centro de atención (por cierto que la mediocridad de la pareja de Tony a la que nadie recuerda también es digna de tener en cuenta, a este respecto tengo un critica muy jugosa del 1976 de la californian film review). El hombre, aunque julandrón y florido, es un hombre al cabo y es, además, el compendio de lo que la nueva burguesí­a de la diferencia nada buscando, un hombre hombre pero que compre como una mujer mujer. Acumulando miserias con plataformas de charol. Así­ ha sido nuestra adolescencia. Que le vamos a hacer.