Para “Las Sinsombrero”, las mujeres de la vanguardia española, Maruja Mallo, Margarita Mansó y Concha Méndez, el acto de no llevar sombrero y otras tantas acciones que realizaron o relataron durante su vida serán, por un lado, parte integrante de su obra y por otro, un modo conscientemente buscado de tener una visibilidad y una voz pública, una visibilidad y una voz que se les negó incluso en los circuitos más modernos, e intelectualizados, del dorado Madrid de los años 20.

“Las Sinsombrero” quisieron remarcar su derecho a una voz pública, su legitimidad para hacer lo que quisieran hacer, para estar en los lugares que quisieran estar y para tener una voz propia, en fin para hacer efectivo el proyecto ilustrado. Concha Méndez cantó al placer de andar por la noche y sola; Maruja Mallo se quitó el sombrero para evitar ser categorizada en un género concreto y en una clase social dada; Ángeles Santos fue, por una breve tarde, entre oreja y pastel de fresa en el Café Pombo; Margarita Mansó se puso la chaqueta de pantalón pitillo para entrar en el Monasterio de Silos y su incombustible amiga Mallo vociferó blasfemias con más ahínco y osada creatividad que el mismísimo Alberti, para burlarse una vez más de la “Mafia Santa”, blanco predilecto de esta eterna “bruja joven”(1).

Según los manuales de buena conducta de las jóvenes de los años veinte una niña jamás podría ser una artista, y mucho menos una artista de vanguardia, pues tenían prohibición tácita de desarrollar su curiosidad incluso de dejarse llevar por un juego, destacar en la calle, ser vista e incluso ser escuchada. En la carta sobre la educación estética del hombre, Schilller escribirá, “El hombre sólo juega cuando es libre en el pleno sentido de la palabra, y sólo es plenamente hombre cuando juega”. Es curioso como en la educación de una perfecta señorita en este aniquilamiento de la capacidad de jugar, siempre vista como perniciosa y peligrosísima, se escondía algo más tétrico, la imposibilidad, implícita en la primera, de ser un ser humano completo y por lo tanto libre. Vamos a rastrear el potencial revolucionario de los actos cotidianos de vanguardia procurando encontrar un hilo narrativo entre la moda y la revolución y una nueva visión, amplificada, del arte de la performance en particular y del mismo arte en general.

De izquierda a derecha: Maruja Mallo, Concha Méndez y Margarita Mansó

 

CONTANDO PERFORMACES

Como apunta Miguel Molina en su artículo “La Performance Española Avant La Lettre: Del Ramonismo al Postismo (1915-1945)”: “… si Roselee Goldberg se ha tomado la licencia de llamar performance a muchas acciones antes de ser consideradas así, nosotros nos permitimos también esa libertad y deuda cultural de rescatar posibles accionistas españoles avant la lettre, que han estado delante de nuestras narices geográficas y culturales sin darnos cuenta, porque simplemente no han sido referenciados. Es por ello que estos autores no han contado en este cuento, pero si lo contamos, verdaderamente serán protagonistas de este cuentacuentos de la performance” (2). Como todos los vanguardistas, los españoles y las españolas, inventaron otro modo de estar en el mundo y quizá lo hicieran a base de “performances”no nombradas como tales. Creemos que habríamos de releer estos asuntos desde otra perspectiva. No hace falta que uno se quite el sombreo en una sala y espere a que alguien instruido comente el significado del acto, con hacerlo en la calle a la vista del casual público es suficiente, luego se debe registrar, eso sí, pero a falta de cámaras ligeras y grabadoras de vídeo económicas, una narración textual valdrá tanto, sino más que cualquier otro modo de registro.

Como anota Goldberg (3) la performance ha sido siempre considerada como un modo de traer a la vida las ideas formales y conceptuales en las que el arte está basado. Los gestos vitales usados en contra de la normativa establecida, en contra a los límites impuestos y en contra a los obligados corsés. Las manifestaciones de la performance han sido la expresión de la disidencia en busca de otros modos de evaluar la experiencia de la vida cotidiana. De algún modo la performance ha visibilizado, ha dado presencia a los artistas en la sociedad, y es precisamente “esta presencia buscada” la que realmente nos interesa, sobretodo porque las buscadoras eran mujeres a las que la sociedad en general y la escena artística en particular, daba poca o ninguna posibilidad de presencia.

Resulta chocante, sin embargo, como Goldberg, tras este prometedor arranque de su ya clásico libro, comienza con los futuristas, quienes, sin duda hicieron performances pero en un sentido mucho más teatral que cotidiano, integrando poco o nada de sus actuaciones en el devenir diario de la ciudad. No es un problema de datos sino de perspectiva, Alfred Jarry sin duda fue un performer pero no habríamos de haber esperado a ver su cara pintada de blanco en el estreno de Ubu Rey, en 1896, para ver sus verdaderas performances, sus acciones urbanas. Habríamos de fijarnos más en su biografía que deja atisbos de cómo caminaba, cómo recorría París con su bicicleta, cómo hablaba e incluso cómo cantaba. Jarry fue sin duda un dandy, no creo que fuese, como afirmó Albert Camus en El hombre rebelde, el último, pero si uno de los más excelsos integrantes de esta selecta saga de autoelegidos estetas de la vida diaria. Estos estetas no sólo inauguraron a los infinitos pintores de la vida moderna, también a muchos de los performers y a la misma performance (4).

ENFOCARLO TODO CON LA CABEZA DESCUBIERTA

Ha llegado el momento de enfocarlo todo con la cabeza descubierta, con lo que, además, se logrará que haya menos calvos. El sinsombrerismo es el final de una época, como lo fue de otra el quitarse las pelucas blancas. Quiere decir presteza en comprender y en decidirse, afinidad con los horizontes que se atalayan, ansias de nuevas leyes y nuevos permisos, entrada en la cinemática de la vida, no dejar nunca la cabeza en el perchero, ir con rumbo bravo y desenmascarado por los caminos del tiempo nuevo.
Ramón, sin sombrero, notaba que le costaba menos trabajo darse cuenta de todo, pues no tenía que traspasar el fieltro y la badana para absorber lo entrevisto.
Ramón Gómez de la Serna (5).

Hubo un tiempo en el que las pelucas crecieron hasta alturas inimaginables. María Antonieta tenía la costumbre de dedicarse al delirante pasatiempo de inventar imposibles postizos. En 1775 comenzó de hecho una locura en torno a los tocados, peinados y sombreros. Estos se transformaron en acertijos, alegorías o comentarios sociales. Alguien inspirado creó lo que se vino en llamar Bonnet à la Revolté, una suerte de alegoría del destino de los parisinos quienes, ante la subida del precio de la harina, comenzaron el pillaje de panaderías en un gesto que adelantaba ya la convulsión revolucionaria por llegar. Desde este diseño no hubo acontecimiento que no tuviera su réplica en un tocado o en una peluca, se comentó sobre la cabeza todo lo que iba sucediendo: “Las mujeres frívolas cubrían sus cabezas con mariposas, en las cabezas de las mujeres sentimentales anidaban enjambres de cupidos, las esposas de los generales se colgaban escuadrones en la frente, las melancólicas llevaban sarcófagos y urnas cinerarias” (6).

Tras el paroxismo de la moda peluquesca llego otro tiempo en el que esas mismas pelucas cayeron con las cabezas puestas. Todo esto pareció necesario. Todo había ido demasiado lejos. Todo, también, había comenzado mucho tiempo antes y lo que Ramón llamó “presteza en comprender y en decidirse, afinidad con los horizontes que se atalayan, ansias de nuevas leyes y nuevos permisos, entrada en la cinemática de la vida, no dejar nunca la cabeza en el perchero, ir con rumbo bravo y desenmascarado por los caminos del tiempo nuevo”, Kant lo llamó, dos siglos antes, “la salida” en un texto que tituló “¿Qué es la ilustración?” (7). Como ya hemos comentado, el gesto que las mujeres de la vanguardia española adelantaran, quitarse el sobrero, una suerte de reclamo de esa misma salida, esa huída de la vida tutelada que toda señorita había de seguir le gustase o no le gustase.

Tras tanta rodante testa, y precisa y paradójicamente, cuando las cabezas parecían poder quedarse sobre los hombros, cuando cada cual parecía que por fin podría hacer un uso público y libre de su razón, podía dejar la minoría de edad y tener valor para hablar, de pronto, y de nuevo, todos comenzaron a cubrirse la cabeza. Ya la peluca no importó, ya solo importó que las ideas estuvieran bien conservadas y casi catapultadas tras unas caperuzas de variados diseños que preservaban lo apropiado de toda idea y lo concreto de cualquier pensamiento para la tranquilidad general.

Claro que esta obsesiva preservación ideológica se le quedaba a nuestras vanguardista algo estrecha. Nos cuenta Concha Méndez en sus memorias:

Lo que yo quería era viajar. La mayoría era dada a las mujeres a los veinticinco años; la tenía y era tiempo de emanciparme de la familia y del medio. Sin embargo , para liberarse hace falta una preparación: primero descubrirme, para luego entrar con solidez en las nuevas aventuras. Empecé interesándome por la política y poniendo en duda todos los aspectos del mundo en el que me había movido hasta entonces… (8)

A continuación nos informa de su doble descubrimiento, su compañera de rondas y su acto performativo:

La noche de mi descubrimiento en el Palacio de Cristal había conocido a la pintora Maruja Mallo y empecé a salir con ella por Madrid. Íbamos por los barrios bajos, o por los altos, y fue entonces que inauguramos un gesto tan simple como quitarse el sombrero.

Fue entonces cuando fundirse con la multitud daba alas para participar en la vida, y no en la muerte. Fue entonces cuando decidieron desembarazarse, en un revolucionario acto, de los sombreros, de estos elementos sartoriales, elementos que catapultaban a su portador en un género concreto y una clase social específica, en un estatus y en unas normas de comportamiento social. Elementos que anunciaban el derecho, o no derecho, de su portador a estar en el espacio de lo público y hablar con voz propia. Desembarazadas de estos marcos de sí mismas y de cortapisas para mirar y para pensar, podrían recomenzar a vivir y participar.

MODA Y REVOLUCIÓN

¡Como que no hay mayor círculo político que el que propone el programa de la transformación radical de las costumbres! Este es un país tan poco rebelde que mira mal el mínimum de rebeldía personal, que es ir sin sombrero. (…)
Ramón Gómez de la Serna (9)

La revolución no será pues lucha política, sino la lógica consecuencia de una necesaria renovación en todos los aspectos de la vida, de la transformación radical de las costumbres. La revolución será transversal, como la llamará mucho tiempo después Raunig (10), y no consistirá en un derrocamiento sino en una invención de nuevas formas de vida autónoma y nuevas formas, también, de presentación y atuendo.

Como también apuntase Marx en 1851, tras los acontecimientos de la Comuna de París, la moda, también, estuvo presente con toda su carga simbólica en el mismo espíritu revolucionario de 1789: “Camille Desmoulins, Danton, Robespiere, Saint-just, Napoleon, los héroes de las masas de la revolución interpretaron su labor en atuendos romanos y con frases romanas, su tarea de liberar y establecer la sociedad burguesa” (11) Baudelaire y Mallarmé también escribirán sobre moda porque esta trae el pasado una y otra vez como cita, y por eso mismo tiene un potencial transhistórico. Benjamin siguiendo esta tradición liberará el potencial revolucionario de la moda y establecerá el puente entre Marx y Baudelaire.

Esta idea, la idea de que una revolución –la misma transitoriedad en la historia – cita el pasado tanto como lo hace la moda, aplica el pensamiento político marxista a la estética. Se rompe el aburrimiento de la grisalla de un poco más de lo mismo y “el salto del tigre” hace posible el salto final hacia la libertad. Se busca lo poético que hay tras las ropas, tras el hecho de llevarlas o de no llevarlas, se insiste en su poder para citar, para significar y establecer la paradoja.

La primera definición de revolución del diccionario de la RAE dice así, “acción o efecto de revolver o revolverse”, y es esta inestabilidad, este efecto de, en lo que también se basa el principio de la moda. Etimológicamente moda procede del latín mudare, “cambiar”. El ir sin sombrero tendrá pues esta doble lectura, una revuelta para mudar algo. Como apuntará mucho después, en el 1982, Cirlot en su Diccionario de símbolos (12)al hablar deltérmino “sinsombrerismo”, dado que:

El sombrero, por cubrir la cabeza, tiene en general el significado de lo que ocupa la cabeza (el pensamiento)… Cambiarse de sombrero equivale a cambiar las ideas o los pensamientos. Tomar un sombrero correspondiente a una jerarquía expresa el anhelo de participar de ella o de la posesión de cualidades que le son inherentes.

Ni que decir tiene el significado que puede implicar el hecho de no llevarlo. De ahí que, en un contexto socio-político tan marcado como el de los años veinte y treinta, dentro de los sectores más reaccionarios ser tachado de sinsombrerista era poco menos que ser tildado despectivamente de anarquista. El acto de quitarse el sombrero podría leerse como una vuelta a la desnudez revolucionaria perdida, o como una cita para recuperar los anhelos revolucionarios en un tiempo estancado (recordemos que este arriesgado paseo sin sombrero se llevo a término durante la dictadura de Primo de Rivera), un modo de declarar la libertad de las ideas e incluso de los géneros. Un modo de salir, aun en silencio, a la arena pública, con la cabeza bien alta a riesgo de, en un extraño giro de la historia, ser ellas mismas las descabezadas.

Foto: http://www.fuenterrebollo.com/recuerdos/pentimento4.html

Cuando Maruja Mallo cuenta la anécdota no lo hace tal y como la narra Concha Méndez en sus memorias habladas, no, Maruja dice esto:

Si, si, todo el mundo llevaba sombrero, era un pronóstico de diferencia social. Pero un buen día a Federico, a Dalí, a mi y a Margarita Manso, se nos ocurrió quitarnos el sombrero y al atravesar la Puerta del Sol nos apedrearon insultándonos como si hubiéramos hecho un descubrimiento, como Copérnico o Galileo. Entonces nos tuvimos que meter por la boca del subterráneo mientras que Federico se obstaculizaba de los insultos, que eran, que nos llamaban maricones, porque se comprende que creían que despojarse del sombrero era como una manifestación del tercer sexo… y en cambio Dalí apostaba que los tres éramos, esto provocaba un escándalo y más piedras que nos llovían sobre las cabezas y nos internamos en el subterráneo. (13)

No me cabe duda que la misma Maruja, cuando recupera, como narración, su acto performativo, o su performance por las calles de Madrid, se plantea si este acto, quitarse el sombrero, no quiere, entre otras muchas cosas, evitar esta división binaria hombres-mujeres y la categorización por estatus social.

Un elemento a la moda parece categorizar a su portador, las nobles damas que quisieron comentar lo sucedido a finales del XVIII, ya vimos, hablaban sin palabra alguna de su ser más íntimo, los varones de la modernidad portaban sobre sus cabezas todas las ansiedades de una configuración social rígida y exigente. Sin sombrero ellos y ellas se liberarán de la categoría y tal vez comenzaban a codearse con un posible desdoblamiento infinito de su personalidad, convirtiéndose, como mucho tiempo después le pasaría a Girondo, en un “cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades”, y viviendo, “una especie de forunculosis anímica en estado de crónico de erupción” (14). De hecho cuando a Maruja le preguntan si conserva sus cuatro almas, dice, “no, no, no son cuatro son … ”, aquí una pequeña pausa para pensar y contar, “veintiuna, sí veintiuna. Sí esas son”.

MADRID REVISITADA, MEMORIA SILENCIOSA

íbamos muy bien vestidas, pero sin sombrero, a caminar por el paseo de la castellana. de haber llevado sombrero, decía maruja, hubiese sido en un globo de gas; el globo atadito a la muñeca con el sombrero puesto. en el momento de encontrarnos con alguien conocido, le quitaríamos al globo el sombrero para saludar. el caso es que el sinsombrerismo despertaba murmullos en la ciudad.

Concha Méndez
memoria habladas, memorias armadas
1990

Al final, ese encuentro casual, ese maravilloso descubrimiento de “La Sinsombrero” han dado sus frutos. Y como citas al pie quisimos reproducir aquellas verdaderas performances que quedaron registradas con tan solo palabras, como narraciones de una actitud que quería mucho más de lo que nombraba. Nosotros hemos replicado, ahora con imágenes en movimiento pero sin una sola palabra, algunas de ellas, intentando preveer la acción de un público que nada tiene ya que ver con aquel que viera a Maruja a Concha o a Margarita.

Me puse un traje elegante, para ir muy bien vestida, y orgullosamente del brazo de mi otra elegante amiga Concha Méndez, que era en realidad Silvia Martí Marí, y aun amarrada a su brazo, conseguí responder al saludo de unos casuales burgueses, quitando de un globito un sombrero verde con plumas rojas. Siempre fuimos rebeldes, pero nunca groseras.

Y nuestro homenaje se transformó así en una cita a pie de página. La revolución ya no llega por la moda, o ya no con la misma fuerza, pues ya nadie mira como miraba allá en los anos veinte, nadie tira piedras pues ya nadie se sorprende o ya nadie encuentra piedras en nuestras ciudades. Hoy pocos llevan sombrero y los actos trascendentes que durante la modernidad causaran efectos de apertura a una nueva vida se han convertido en lo cotidiano. Ahora en esta cultura flexible que nos ha tocado vivir lo extraño es precisamente no ser extraño y quizá sea ir a contracorriente llevar un sombrero que nos cite como seres estructurados y previsibles, quizá hoy eso sea lo contracultural, ser vulgar y corriente, casi diría yo “ordinario”. |

SILENCIOSAS VOCES PÚBLICAS. Las “Sinsombrero” por el Madrid de los veinte.
Gloria G. Durán.
10.nov.2013
Este artículo es un estracto y es el resultado del Proyecto I+D Recuperación de obras pioneras del Arte Sonoro de la Vanguardia Histórica Española y revisión de su influencia actual (ref. HAR2008-04687) concedido por el Ministerio de Ciencia e Innovación de España. Investigador responsable: Miguel Molina Alarcón

 

Notas:

  1. Ramón Gómez de la Serna dijo eso de ella, que era una “bruja joven”, apelativo este que se le quedó hasta que fuera entrevistada allá por el 80 en el programa de RTVE “A Fondo”, cuando Maruja tenía 71 años.
  2. MOLINA Alarcón, Miguel (2008), “La Performance Española Avant La Lettre: Del Ramonismo al Postismo (1915-1945)”. Texto que  corresponde a la conferencia de Miguel Molina Alarcón realizada el 15 de noviembre de 2007 en “Chámalle X” – IV Xornadas de Arte de Acción da Facultade de Belas Artes da Pontevedra, Jornadas realizadas bajo la coordinación de Carlos Tejo. Un extracto de este texto se encuentra publicado en el catálogo AA.VV.: Chámalle X. IV Xornadas de Arte de Acción da Facultade de Belas Artes da Universidade de Vigo. Edita Servicio de Publicaciones de la Universidad de Vigo. Vigo, 2008
  3. GOLDBERG, Roselee (1996), Performance Art. From Futurism to the Present. Harry N. Abrams, Inc., Publishers. New York.
  4. Para profundizar en esta perspectiva ver, DURAN Gloria G., Dandys Extrafinos, (2012), Papel de Fumar Ediciones. Madrid. Localizable en la Biblioteca Antimuseo, http://www.antimuseo.org/biblioteca/fondos/dandysextrafinos.html. Igualmente profundizo más en esta posibilidad de leer el dandysmo en clave de protohistoria de la performace en Baronesa Dandy, Reina Dadá. La vida-obra de Elsa Von Freytag-Loringhoven.
  5. Gómez de la Serna, Ramón (1932). “Aventura y desgracia de un sinsombrerista”, Revista de Occidente, Madrid. Recogido en Obras Completas, tomo I, Barcelona: AHR, 1956.
  6. Morread, Caronline (2010), “Un retrato chispeante”, en Bailando al borde del precipicio, n. 83. Turner Publicaciones, SL. Madrid.
  7. Was ist Aufklärung? http://en.wikipedia.org/wiki/Answering_the_Question:_What_Is_Enlightenment%3F
  8. ULACIA ALTOAGUIRRE, Paloma (1990), Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas. Mondadori. Madrid. Pág. 43.
  9. Gómez de la Serna, Ramón (1931): Pombo, 1930. En: Gaceta Literaria, 97, 01/01/1931, Madrid, p. 10
  10. RAUNIG, Gerald (2007), Art and Revolution: Transversal Activism in the Long Twentieth Century. Semiotext
  11. Karl Marx, December 1851 – March 1852; The Eighteenth Brumaire of Louis Bonaparte. Marx/Engels Internet Archive (marxists.org) 1995, 1999; vol. 8. http://www.marxists.org/archive/marx/works/1852/18th-brumaire
  12. CIRLOT, Juan Eduardo, (2006), Diccionario de Símbolos. Siruela. Madrid.
  13. Entrevista “A fondo”, RTVE 1980. Las teorías sobre la homosexualidad proliferaron en la década de los años 20 en Europa, y la más influyente de estas teorías fue, de por el título del primer trabajo publicado por el sexólogo Havelock Ellis. HAVELOCK, Ellis and SYMONDS J.A.. “Sexual Inversion”, in Physocoly of Sex vol. 1. Wilson and Macmillan, Londres, 1897.
  14. GIRONDO, Oliveiro: “Angustia