Imagino que mi mayor influencia es Kant, particularmente su “Crí­tica de la Razón Pura”, “La fundamentación de la metafá­sica de las costumbres” y su segunda Crí­tica. (…)

En mi libro (“RationalityandtheStructureoftheSelf”) quiero defender una concepción del yo más útil para poner la base a una teorí­a moral. En mi concepción Kantiana, a diferencia de otros Kantianos, yo parto de la idea del yo de la primera Crí­tica. En esta concepción Kantiana del yo, los modelos de racionalidad y motivación son los mismos, podemos llamarlos, coherencia racional tal como se describen en los cánones tradicionales de la racionalidad teórica. Sugiero que estamos motivados para hacer y para creer lo que preserve la coherencia de nuestra visión del mundo. En su “Crí­tica de la Razón Pura” Kant argumenta que lo que es más importante para nosotros es una coherencia racional y una teorí­a del mundo conceptualmente coherente que nos permita encajar cada una de nuestras experiencias dentro de unas categorí­as a priori. De acuerdo con Kant si no somos capaces de adecuar las cosas a tales categorí­as, no podemos experimentarlas; no pueden ser incorporadas a la estructura de nuestro yo. Aunque tal formulación es algo arcaica, creo que está en lo cierto al pensar que hemos de darle al mundo algún sentido de términos conceptuales y racionales más amplios. Es muy difí­cil tomar cada experiencia única en si misma; haciendo que cobre sentido por si misma sin años de entrenamiento y disciplina en la meditación espiritual. La información que pueda violar nuestras preconcepciones conceptuales pone en peligro nuestros sistemas de creencias y por tanto la integridad racional y la unidad del yo.

Necesitamos la racionalidad para conseguir ser sujetos unificados pero el dilema surge porque nuestros esquemas conceptuales son inadecuados para dar sentido a la plétora de experiencias, información y nuevos fenómenos que nosbombardean diariamente. Al entrar en una comunidad global, estamos recibiendo información sobre nosotros mismos, sobre otras personas, sobre el mundo en un sentido más amplio, sobre ciencia, sobre el universo todo el tiempo. Es demasiado y simplemente, al final, y se hace todo ajeno. La complejidad de nuestro mundo ha desbordado nuestras recursos conceptuales para tratar con ellos. Por otra parte, si ponemos entre paréntesis estas categorí­as, entonces nos quedamos llenos de confusión y pánico ante las anomalí­as a las que nos enfrentamos, y sentimos la amenaza de la desintegración personal. Así­ que hemos de mantener cierta apariencia de consistencia racional para nuestra misma auto-preservación. Esto es lo que yo llamo pseu-racionalidad. Negamos determinadas cosas. Racionalizamos otras. Disociamos determinados fenómenos demasiado amenazantes para ser incorporados. Intentamos incorporar estas entradas (input) conceptualmente inmanejables en una visión ordenada y coherente del mundo. Hacemos esto en las ciencias, en la polí­tica, y lo hacemos con aquello individuos que son extraños a nosotros -las personas que parecen diferentes, que hablan diferente, que no se ajustan a nuestra concepción de como habrí­a de hablar y como deberí­a de verse la gente. Cuando vemos a gente como esta, tratamos de imponer nuestras categorí­as. Entonces nuestras categorí­as no funcionan. Nos ponemos nerviosos. Tratamos de imponer las categorí­as otra vez más, ordenando nuestras concepciones de la persona para que el o ella se ajuste a tales categorí­as. Esta es la paradoja de la racionalidad humana; si no la tuviéramos, no podrí­amos funcionar en absoluto. Sin embargo estas categorí­as racionales son invariablemente inadecuadas para la unicidad de cada individuo.

(Hablando de “Cornered” o de “Calling Card” o de “Funk Lessons”)

Lo que me gusta hacer en estos trabajos, al igual que en otras piezas como “Aspects of a Liberal Dilemma” o “Four Intruders plus Alarm Systems” es hacer que el espectador ponga toda su atención en el mecanismo de defensa racional que usamos para racionalizar la “unicidad” de un “otro”. El problema claro está es que cuando salimos con pseudo-racionalizaciones no estamos siendo, en ese momento, particularmente conscientes de nosotros mismos; estamos demasiado ocupados defendiéndonos intelectualmente contra aquello que percibimos como una amenaza y una violación de los lí­mites en la conformación del “otro”. Creo que todo lo que hay que hacer es describir esas categorizaciones defensivas tal como son, sin demasiada estética sin ningun embellecimiento literario, sin orden alguno que pretenda generar grado alguno de protección ante la simplicidad o lo inadecuado de las mismas. He empleado este mecanismo en muchas de mis piezas, como en el cartel que rezaba “ESTO NO ES UNA PERFORMANCE” es una pieza de foto y texto, “Esta no es la documentación de una Performance” (1975); las audio instalaciones de monólogos “Art for the Artworld Surface Pattern” (1977); “Aspects of the Liberal Dilemma”, “Four Intruders plus Alarm Systems”, “Close to Home” (1987) y “Safe” (1990); la discusión de la percepción de mucha de la música de la clase trabajadora negra como vulgar, no estructurada, y sin sentido genero el performance colaborativo “Funk Lessons”; y, por supuesto, la opción del juego teórico en la respuesta que lance en “Cornered”. Encuentro que cuanto más busco y apunto a estos mecanismos de defensa, lo más atenuadas e irracionales se vuelven estas pseudo-racionalidades, y lo más obvio que son estereotipos, son clasificaciones cerradas completamente inadecuadas para la complejidad y la unicidad de lo que se está realmente experimentando.

Mi objetivo último es lograr que los espectadores sean tan conscientes de estos mecanismos de defensa pseudo-racionales que dejen de generarlos totalmente; que se limiten a permanecer en silencio, percibiendo y experimentando al nivel más profundo la singularidad del objeto o de la persona, sabiendo de antemano que cualquier intento de intelectualización va a ser fallido, y entonces permitiendo a su experiencia concreta acalle el intelecto antes de envenenar la experiencia. Cualquier que este dispuesto a hacer eso, permitir eso, tendrá una experiencia abrumadora y humillante. En este punto podrí­amos comenzar a considerar los poderes transformadores del arte y las posibilidades de la regeneración espiritual. Lo que realmente me gusta es cuando alguien viene hacia mi tras haber visto alguna de estas piezas y me dice: “¡Bien, ya has dicho todo o que había que decir!”, y se va. Entonces es cuando siento que estamos haciendo algún progreso.

Adrian Piper, 1998