Así­, una cierta historia de mis gustos -nos dice Perec- (su permanencia, su evolución, sus fases) se inscribirí­a en este proyecto. Con mayor precisión, se tratará una vez más de un modo de delimitar mi espacio, de una aproximación algo oblicua a mi práctica cotidiana, un modo de hablar de mi trabajo, mi historia, mis preocupaciones, un esfuerzo para asir algo que pertenece a mi experiencia, no en el nivel de sus reflejos lejanos, sino en el corazón de su emergencia
“Notas sobre los objetos que ocupan mi mesa de trabajo”, de Pensar, clasificar

Hay un artículo en torno a la figura de George Perec, mi última obsesión que abre mil entradas de posibles discursos. Es de David Pérez García, periodista (eso es lo que pone)

rescato una serie de palabras que algún día intentaré descubrir por qué me llaman la atención:

– Literatura potencial
– Hombre empeñado en redimir a las cosas
– Por qué estamos demasiado acostumbrados a mirar (o quizá y también comenzar a vivir con más atención o más atentamente)
– La pandilla Kant (1724-1804), Montesquieu (1689-1755) y D’Alembert (1717-1783)
– “espí­ritu de bagatelas”; ¿lo contrario a lo sublime?
– Desprecios Kantianos: “versos que se pueden leer hacia adelante y hacia atrás, acertijos, relojes en sortijas, cadenas de pulgas…, etcétera” (me recuerda a la larga lista del modo de narrar de Djuna Barnes y de la acumulación exhorbitante de basuritas de la barones) + la fina gracia + todo lo raro (este Kant era la pera)
– Esto es mí­o, Benjamin, y su “Desempacando mi biblioteca”, o disquisiciones sobre el arte de coleccionar, también, The Accidental Masterpiece: On the Art of Life and Vice Versa de Michael Kimmelman.
– En su obra “Pensar, clasificar“, Perec incluye su ensayo “Doce miradas oblicuas”, donde reconoce que la influencia de la moda en las relaciones de las personas -“el papel que se les hací­a representar”- se le reveló “como una de las manifestaciones más innobles del mundo en que vivimos
la ansiedad de las cosas, progresivamente embrutecedora
– Kerouac, en quien “la identificación entre experiencia vital y creación literaria era tan completa que, cuando la primera comenzó a transformarse en una fatigosa repetición, una extenuación de ritmos y temas, una involución, y muchas veces una patética voluntad de seguir “quemando” una manera de vivir y de enfrentarse a la realidad, también la segunda comenzó a resentirse y a convertirse en una fórmula vacía, repetida y carente prácticamente de sorpresas.”
– Por eso el ciclista Lino Margay confí­a el destino de su vida a un alfiler que clava sin mirar en un mapamundi.
– La marqueterí­a literaria, eso lo dijo ya Montaigne de sus ensayos, mal ensamblada, concluyo.
– Raymond Roussel quien, como señala Aguilera, “llegaba a abrir hasta seis veces consecutivas paréntesis en el interior de un paréntesis” (En “Oulipo. La máquina de la infinita literatura”.)
– Y al fin Vila-Matas, del que no habla Pérez pero no importa, Vila-Matas es un autor muy Percquiano.

Y finalmente esta delicia de delicias: “perfección gratuita de la inutilidad

Gracias señor Pérez y gracias señor Perec.